LA UNIFICACIÓN DE ITALIA.
Durante siglos, la península italiana fue un territorio dividido, un mosaico de reinos, ducados y repúblicas sin una autoridad común. Desde la caída del Imperio Romano, Italia había permanecido fragmentada y sometida a la influencia de potencias extranjeras. Los austríacos dominaban el norte, el Papa gobernaba el centro desde los Estados Pontificios y los Borbones controlaban el Reino de las Dos Sicilias en el sur. Esta desunión, heredera de una larga historia de rivalidades y conquistas, contrastaba con la riqueza cultural y lingüística de un pueblo que compartía una misma raíz histórica.
A comienzos del siglo XIX, el eco de las revoluciones liberales y el impacto de las guerras napoleónicas despertaron en muchos italianos el deseo de unidad. La ocupación francesa había introducido ideas de igualdad, ciudadanía y soberanía nacional, y aunque el Congreso de Viena de 1815 restauró el antiguo orden monárquico, las semillas del nacionalismo ya habían germinado. Fue entonces cuando surgió el Risorgimento, el “renacimiento” de Italia, un movimiento político, intelectual y social que aspiraba a crear un Estado unificado y libre del dominio extranjero.
Entre los protagonistas de este proceso destacó Giuseppe Mazzini, un pensador genovés que fundó el movimiento Joven Italia. Mazzini creía que la unificación debía lograrse a través de la voluntad popular y bajo una forma republicana. Su ideario, de fuerte carga moral y patriótica, inspiró a toda una generación, aunque sus intentos de insurrección fueron sofocados por los gobiernos absolutistas. Frente a su idealismo, otro hombre, Camillo Benso, conde de Cavour, adoptó un camino más pragmático. Desde su posición como primer ministro del Reino de Piamonte-Cerdeña, Cavour impulsó una política de modernización económica y fortalecimiento militar. Comprendió que la unidad de Italia solo sería posible mediante la diplomacia y el equilibrio entre las potencias europeas.
El tercer gran protagonista fue Giuseppe Garibaldi, el héroe de los dos mundos, un militar carismático que había luchado por la libertad en América del Sur y regresó a Italia para poner su espada al servicio de la unificación. Garibaldi representaba el ideal romántico del patriota que lucha por la nación sin esperar recompensa. Su carisma popular y su capacidad militar lo convirtieron en un símbolo del Risorgimento.
El camino hacia la unidad comenzó con la guerra contra Austria. En 1859, Cavour logró la alianza de Piamonte con Francia, gobernada por Napoleón III, con el compromiso de expulsar a los austríacos del norte de Italia. Las victorias de Magenta y Solferino fueron decisivas: Lombardía fue anexionada al Reino de Piamonte-Cerdeña, mientras que Toscana, Parma, Módena y parte de los Estados Pontificios se unieron por voluntad propia. El mapa de Italia empezaba a transformarse.
El momento culminante llegó en 1860, cuando Garibaldi organizó su célebre expedición de los Mil. Acompañado por un grupo de voluntarios, desembarcó en Sicilia y, con una campaña fulminante, derrocó al gobierno borbónico del Reino de las Dos Sicilias. Su avance hacia el norte fue recibido con entusiasmo por el pueblo, y en un acto de lealtad a la causa común, Garibaldi entregó las tierras conquistadas al rey Víctor Manuel II, reconociendo en él al símbolo de la unidad italiana. En marzo de 1861, el Parlamento proclamó oficialmente el Reino de Italia, con Víctor Manuel II como su primer monarca.
No obstante, el nuevo Estado aún no estaba completo. El Véneto seguía bajo dominio austríaco y Roma permanecía bajo la protección de tropas francesas al servicio del Papa. En 1866, aprovechando la guerra entre Austria y Prusia, Italia se alió con los prusianos y, aunque su actuación militar fue irregular, obtuvo el Véneto como recompensa diplomática. Cuatro años más tarde, en 1870, el estallido de la guerra franco-prusiana obligó a Francia a retirar sus tropas de Roma. El ejército italiano aprovechó la oportunidad y entró en la ciudad eterna, completando la unificación. Roma fue declarada capital del Reino de Italia, y el ideal del Risorgimento se hizo realidad.
La unificación, sin embargo, no eliminó todas las tensiones internas. Persistían profundas desigualdades económicas entre el norte industrializado y el sur agrícola, así como un conflicto político con la Santa Sede, que se resistía a reconocer la pérdida de los Estados Pontificios. A pesar de ello, Italia se consolidó como una nueva potencia europea, con instituciones parlamentarias y una identidad nacional compartida.
El proceso de unificación italiana fue, en esencia, una larga lucha por transformar una idea en realidad. Nació de la conjunción de la diplomacia, la guerra y la pasión patriótica, y su legado marcó el curso político de Europa en el siglo XIX. La nación italiana surgió no solo de las victorias en el campo de batalla, sino del sueño colectivo de un pueblo que, tras siglos de fragmentación, logró reconocerse a sí mismo bajo una sola bandera.
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Policía local de profesión, desarrolla su cometido en la categoría de oficial en el municipio de Utebo, contando con 17 de servicio y varias distinciones. A pesar de que su afán por la historia le viene desde pequeño, no fue hace mucho cuando se decidió a cursar estudios universitarios de Geografía e Historia en UNED y comenzar en el mundo de la divulgación a través de las redes sociales. Actualmente administra el blog elultimoromano.com así como páginas en Instagram y Facebook con el mismo nombre. Además, colabora con revistas, páginas, asociaciones, blogs, podcast y es miembro de Divulgadores de la Historia.
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Bibliografía:
- Historia contemporánea universal. Del surgimiento del Estado Contemporáneo a la Primera Guerra Mundial. Lario González, Ángeles. Editorial: Alianza Editorial
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