MIGUEL SALAMERO BUESA. HÉROE DE ZARAGOZA.

 



Cuando en 1808 las tropas de Napoleón cruzaron el Ebro y ocuparon el Reino de Aragón, la ciudad de Zaragoza se convirtió en una trinchera de honor y sacrificio. Su resistencia frente al ejército imperial fue una de las gestas más sobrecogedoras de la historia española. En medio de aquel infierno urbano, entre el estruendo de los cañones y el humo de las casas incendiadas, emergió un nombre humilde que el tiempo no logró borrar: Mariano de Santiago Salamero.

Perteneciente a la clase popular, Salamero no era soldado ni oficial, sino uno de tantos vecinos que, al estallar la guerra, tomaron las armas movidos por la fe y el amor a su ciudad. Su vida anterior al conflicto es apenas conocida, pero su muerte, envuelta en gloria, bastó para inmortalizarlo. En él se fundió el espíritu del pueblo zaragozano: obstinado, religioso y valiente hasta la temeridad.

Durante el Primer Sitio de Zaragoza, en el verano de 1808, Salamero combatió en las barricadas del Coso Bajo y las calles próximas al Mercado, zonas estratégicas donde los franceses intentaron romper las defensas ciudadanas. Allí, según las crónicas de Alcaide Ibieca y Casamayor, se distinguió por su bravura y capacidad para organizar a los vecinos, transformando los escombros en parapetos y las casas en fortalezas. Era un hombre que combatía sin mando, pero con autoridad moral.

Cuando llegó el Segundo Sitio, en diciembre del mismo año, la ciudad se hallaba ya exhausta. El hambre y la peste diezmaban a la población, pero el espíritu de resistencia seguía intacto. Salamero, convertido en referente del pueblo, volvió a las barricadas del Mercado Central. En enero de 1809, los franceses lanzaron un asalto brutal para tomar el Coso y abrir paso hacia el centro. Las calles ardían, los cañones derribaban muros enteros, y los defensores resistían entre ruinas y cadáveres.

Fue entonces cuando Salamero protagonizó el episodio que sellaría su nombre en la historia. Al ver que una columna francesa había roto las líneas y ocupaba varias casas cercanas, reunió a un grupo de artesanos, vecinos y milicianos, y lideró una contraofensiva improvisada. Armados con fusiles viejos, granadas de mano y cuchillos de cocina, avanzaron entre el humo gritando “¡Por Zaragoza y por la Virgen del Pilar!”. Recuperaron varias posiciones casa por casa, disparando desde balcones, techos y sótanos, hasta obligar a los franceses a retroceder temporalmente.

En medio de aquel combate infernal, Salamero fue alcanzado por metralla. Herido de muerte, se negó a retirarse y siguió alentando a los suyos. Según la tradición oral recogida después del sitio, sus últimas palabras fueron una exhortación a resistir: “Antes morir que rendir Zaragoza”. Cuando cayó, sus compañeros lo cubrieron con una bandera aragonesa improvisada. Su cuerpo fue hallado entre los escombros tras la capitulación, junto a otros héroes anónimos de la ciudad mártir.

Tras la entrada definitiva de los franceses en febrero de 1809, Zaragoza era poco más que un cementerio. De sus 55.000 habitantes, apenas sobrevivían 12.000. Sin embargo, el sacrificio de Salamero y de tantos otros no fue inútil. La resistencia zaragozana, que durante meses había desafiado al poder imperial, se convirtió en un símbolo nacional de patriotismo y dignidad. Palafox, Agustina de Aragón, Tío Jorge o Casta Álvarez representaron los rostros más conocidos de aquella epopeya, pero Salamero encarnó el alma del ciudadano común que, sin galones ni órdenes, ofreció su vida por la libertad.

Con el paso del tiempo, la memoria de Salamero fue preservada por el pueblo. En el siglo XIX, el Ayuntamiento de Zaragoza dio su nombre a una de las plazas principales de la ciudad, recordando con ello no solo a un hombre, sino a toda una generación de defensores. Hoy, la Plaza de Salamero es un homenaje permanente al valor civil y al sacrificio colectivo de quienes convirtieron su ciudad en baluarte de la independencia española.

Salamero representa, en definitiva, la esencia del heroísmo popular: la capacidad de resistir más allá de la esperanza, de hacer frente al destino con el simple poder de la voluntad. En su nombre resuena el eco de todos los que murieron sin testigos, defendiendo las piedras de su patria con la fe de quien sabe que la libertad, una vez perdida, solo puede recuperarse con sangre.


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JOSÉ ANTONIO OLMOS GRACIA.



Policía local de profesión, desarrolla su cometido en la categoría de oficial en el municipio de Utebo, contando con 17 de servicio y varias distinciones. A pesar de que su afán por la historia le viene desde pequeño, no fue hace mucho cuando se decidió a cursar estudios universitarios de Geografía e Historia en UNED y comenzar en el mundo de la divulgación a través de las redes sociales. Actualmente administra el blog elultimoromano.com así como páginas en Instagram y Facebook con el mismo nombre. Además, colabora con revistas, páginas, asociaciones, blogs, podcast y es miembro de Divulgadores de la Historia.



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Bibliografía:


García de Goyena, A. Los Sitios de Zaragoza


Casamayor, F. Memorias para la historia de la guerra de Zaragoza


Martínez Ruiz, E. La Guerra de la Independencia en Aragón

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