EL ASEDIO DE CASTELNUOVO (1539)
En el verano de 1539, la pequeña fortaleza dálmata de Castelnuovo, actual Herceg Novi en la costa de Montenegro, fue escenario de uno de los episodios más heroicos y trágicos en la historia de los Tercios de España. En aquel lugar remoto, un contingente de unos tres mil quinientos hombres del Tercio de Nápoles, bajo el mando del maestre de campo Francisco de Sarmiento, resistió hasta la aniquilación frente a un ejército y una flota otomanos que superaban en número y medios cualquier comparación posible. Lo que allí ocurrió no fue solo un combate, sino una demostración de la esencia misma del espíritu de los Tercios: disciplina, fidelidad al deber y desprecio absoluto por la rendición.
La fortaleza había pasado a manos españolas poco tiempo antes, en el marco de la compleja rivalidad entre el Imperio de Carlos V y el Imperio Otomano de Solimán el Magnífico. Tras la derrota cristiana en la batalla naval de Préveza (1538), la flota de Barbarroja se había hecho dueña del Adriático, y Venecia, agotada por la guerra, cedió Castelnuovo a los españoles. El enclave, situado frente a la boca de Cattaro, era una posición estratégica de gran valor, pero difícil de defender, pues carecía de refuerzos y sus murallas estaban en mal estado. Pese a ello, Carlos V decidió mantener allí una guarnición que sirviera como avanzadilla frente al poder otomano en los Balcanes.
En julio de 1539, Jaireddín Barbarroja, almirante supremo del sultán, se presentó ante Castelnuovo con más de doscientas galeras y un ejército que las fuentes contemporáneas cifran entre 50.000 y 60.000 hombres, entre ellos jenízaros, artilleros, arqueros y tropas de diversas provincias del Imperio. Frente a ellos, Sarmiento contaba con un número ínfimo de efectivos, apenas tres mil quinientos infantes, más unos quinientos marineros y artilleros. La desproporción era abismal. Barbarroja, consciente de ello, ofreció una rendición honrosa: prometió a los españoles salir con armas, banderas y bagajes si entregaban la plaza sin combatir. Sarmiento, según relató el cronista Paolo Giovio, respondió con firmeza que “no era hombre de entregar una plaza sin pelear”. Aquella negativa selló el destino de Castelnuovo.
El bombardeo comenzó con una violencia sin precedentes. Día tras día, las baterías otomanas abrieron brechas en las murallas, mientras su infantería lanzaba asaltos sucesivos, todos rechazados con gran coste. Los Tercios combatieron con la disciplina que los haría célebres en Europa: esperaban a que el enemigo se aproximara a las brechas y, en el momento oportuno, descargaban fuego cerrado de arcabucería y les recibían a pica seca. Las pérdidas otomanas fueron espantosas desde los primeros días.
Durante las noches, los españoles salían de la fortaleza en pequeñas partidas, en las célebres “encamisadas”, ataques por sorpresa en los que los soldados vestían camisas blancas sobre la armadura para reconocerse entre la oscuridad. En una de esas incursiones nocturnas, de la que dejaron testimonio los cronistas venecianos y españoles, los defensores arremetieron con tanta furia contra el campamento turco que provocaron una estampida de caballos y camellos, que arrasó las tiendas y sembró el caos. Incluso el bajá otomano resultó herido y tuvo que ser evacuado apresuradamente a bordo de las naves de Barbarroja. Aquella acción aumentó la admiración y el temor de los enemigos hacia los españoles, pero también encendió la ira del almirante turco, que juró no dejar prisioneros con vida.
A pesar de la superioridad numérica, el avance otomano fue lento y sangriento. Las murallas exteriores de Castelnuovo quedaron reducidas a escombros, pero los supervivientes españoles se replegaron a la ciudadela superior, una fortificación interior que ofrecía una última línea de defensa. Allí, entre ruinas y humo, continuaron luchando casa por casa. Sarmiento fue herido en una pierna, pero siguió al mando desde una silla, impartiendo órdenes hasta el último instante. La artillería turca arrasó la parte alta de la fortaleza y los jenízaros, finalmente, irrumpieron entre las llamas. Lo que siguió fue un combate cuerpo a cuerpo que se prolongó durante horas, una carnicería sin cuartel donde los españoles lucharon hasta agotar las municiones y las armas.
Cuando todo terminó, Castelnuovo había sido borrada del mapa. De los 3.500 defensores, apenas unos seiscientos quedaron con vida, casi todos heridos. Muchos fueron ejecutados de inmediato; otros fueron encadenados y enviados a Constantinopla o a las galeras otomanas. Las pérdidas de Barbarroja, sin embargo, fueron descomunales. Las fuentes más cercanas a los hechos, como Giovio y Marino Sanudo, coinciden en que los turcos sufrieron entre 18.000 y 25.000 muertos y heridos, una cifra extraordinaria para un asedio de apenas un mes. Barbarroja, aunque victorioso, comprendió que aquella había sido una victoria pírrica.
La historia no terminó allí. Algunos de los prisioneros españoles fueron vendidos como esclavos en el Egeo o en los puertos del norte de África. Sin embargo, hacia 1544, un pequeño grupo de supervivientes consiguió escapar, apoderarse de una nave otomana y regresar a España, donde relataron la epopeya de Castelnuovo. Su testimonio sirvió para perpetuar la memoria del sacrificio de Sarmiento y de sus hombres, y su regreso fue recibido como un milagro.
A los ojos de Carlos V, Castelnuovo fue una derrota militar, pero también un ejemplo moral. El emperador elogió públicamente el valor de sus soldados, afirmando que aquellos hombres habían encontrado “una tumba gloriosa para los hijos de España”. En el resto de Europa, incluso entre los enemigos, se reconoció la magnitud de la gesta. El propio Barbarroja, según relataron cronistas otomanos, ordenó rendir honores a los caídos españoles antes de abandonar la bahía.
Castelnuovo no cambió el curso de la guerra en el Adriático, pero se convirtió en símbolo de lo que representaban los Tercios: un ejército profesional, disciplinado y devoto de su deber, capaz de resistir hasta el final por fidelidad al juramento y al honor. Entre las ruinas calcinadas de aquella pequeña fortaleza dálmata quedó escrita, con sangre, una de las páginas más puras de la historia militar europea.
Aquellos tres mil quinientos hombres del Tercio de Nápoles, abandonados en una costa hostil, enfrentados a decenas de miles de enemigos, sin esperanza de socorro ni de salvación, demostraron que el valor no se mide por el número, sino por la determinación. Castelnuovo fue su tumba, pero también su inmortalidad.
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Policía local de profesión, desarrolla su cometido en la categoría de oficial en el municipio de Utebo, contando con 17 de servicio y varias distinciones. A pesar de que su afán por la historia le viene desde pequeño, no fue hace mucho cuando se decidió a cursar estudios universitarios de Geografía e Historia en UNED y comenzar en el mundo de la divulgación a través de las redes sociales. Actualmente administra el blog elultimoromano.com así como páginas en Instagram y Facebook con el mismo nombre. Además, colabora con revistas, páginas, asociaciones, blogs, podcast y es miembro de Divulgadores de la Historia.
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Bibliografía:
Giovio, Paolo. Historia general y descripción de los hechos de los turcos. Madrid: Biblioteca de Autores Españoles, 1954 (ed. original s. XVI)
Sanudo, Marino. Diarii, vol. 58. Venezia, 1882
Sandoval, Prudencio de. Historia de la vida y hechos del emperador Carlos V. Valladolid, 1604
Cabrera de Córdoba, Luis. Historia de Felipe II. Madrid: Atlas, 1876
Histocast 104.
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