EL TRATADO DE ALCAÇOBAS.

 




En el año 1479, Europa fue testigo de un acuerdo que marcaría profundamente el futuro de la expansión ultramarina y la geopolítica de los siglos posteriores: el Tratado de Alcaçovas-Toledo, más conocido como el Tratado de Alcaçovas. Este pacto, firmado entre los Reyes Católicos y el rey Alfonso V de Portugal, no solo puso fin a la guerra de sucesión castellana, sino que sentó las bases del primer reparto del mundo atlántico entre dos potencias europeas, anticipando los tratados coloniales que dominarían la Edad Moderna.

Tras la muerte del rey Enrique IV de Castilla en 1474, se desató un conflicto sucesorio entre su hermana Isabel de Castilla, esposa de Fernando de Aragón, y su hija presunta, Juana “la Beltraneja”, apoyada por el rey portugués Alfonso V, con quien incluso llegó a casarse. La guerra que siguió entre ambos bandos, Castilla y Portugal, no fue solo un conflicto dinástico, sino también una lucha por el control de los mares y las rutas comerciales atlánticas, cada vez más valiosas a medida que avanzaban las exploraciones oceánicas. Durante el conflicto, Portugal aprovechó para reforzar su dominio marítimo en la costa africana, desde las islas de Cabo Verde hasta el Golfo de Guinea, mientras que Castilla se afianzaba en las Islas Canarias, un punto estratégico para las futuras rutas al Nuevo Mundo. Las hostilidades terrestres y navales se prolongaron hasta 1479, cuando la derrota portuguesa en Toro y la presión de la nobleza condujeron a la negociación de la paz.

Las conversaciones de paz se desarrollaron en la localidad portuguesa de Alcaçovas, en el Alentejo. En septiembre de 1479 se firmó el acuerdo preliminar, que fue ratificado posteriormente en Toledo en 1480, de ahí su nombre completo: Tratado de Alcaçovas-Toledo. El documento establecía una clara división de zonas de influencia en el Atlántico, sellando así una tregua entre los dos grandes reinos ibéricos. En el plano político, Portugal reconocía a Isabel y Fernando como los legítimos soberanos de Castilla, renunciando definitivamente a las pretensiones de Juana la Beltraneja sobre el trono. A cambio, los Reyes Católicos se comprometían a no interferir en los dominios portugueses de ultramar y a respetar sus rutas comerciales en el Atlántico africano.

El tratado otorgaba a Portugal la soberanía exclusiva sobre Madeira, las Azores, Cabo Verde, la Guinea y todas las tierras descubiertas o por descubrir al sur de las Canarias. De esta forma, el reino portugués se aseguraba el control de las rutas del oro, los esclavos y las especias procedentes de África y Asia. Por su parte, Castilla conservaba únicamente las Islas Canarias, el único archipiélago atlántico que escapaba a la hegemonía portuguesa. Aunque esta concesión pudiera parecer limitada, las Canarias se convertirían en el trampolín estratégico para la futura empresa americana que, apenas una década después, emprendería Cristóbal Colón bajo la bandera castellana. El acuerdo incluía también una disposición matrimonial que sellaba la paz entre ambas coronas: la infanta Isabel de Aragón, hija de los Reyes Católicos, sería prometida al príncipe Alfonso de Portugal, fortaleciendo así la alianza dinástica entre ambos reinos.




El tratado fue un hito en la historia de las relaciones internacionales europeas. Por primera vez, dos potencias cristianas se repartían formalmente áreas de exploración y comercio fuera del continente, estableciendo principios de soberanía y exclusividad marítima que tendrían profundas repercusiones. Este acuerdo introdujo una idea revolucionaria para su tiempo: la de zonas de influencia globales, que serían retomadas y perfeccionadas en el Tratado de Tordesillas de 1494, cuando el descubrimiento de América obligó a redefinir los límites atlánticos. En la práctica, Alcaçovas consolidó la supremacía marítima de Portugal durante los años iniciales de la Era de los Descubrimientos. Gracias a este tratado, Lisboa pudo concentrarse en la apertura de la ruta del Cabo de Buena Esperanza hacia la India, culminada por Vasco da Gama en 1498. Castilla, por su parte, se vio momentáneamente marginada del comercio africano, lo que la llevó a mirar hacia el oeste y apostar por la exploración del océano Atlántico, un giro que terminaría cambiando el curso de la historia universal.

El Tratado de Alcaçovas no fue solo el cierre de una guerra dinástica, sino el primer acuerdo colonial moderno, donde la diplomacia y la geografía se combinaron para anticipar el mundo global que estaba por nacer. En sus cláusulas se vislumbraba ya el pulso entre dos potencias que, en las décadas siguientes, dominarían los océanos y transformarían el mapa del planeta.


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JOSÉ ANTONIO OLMOS GRACIA.


Policía local de profesión, desarrolla su cometido en la categoría de oficial en el municipio de Utebo, contando con más de 17 años de servicio y varias distinciones. A pesar de que su afán por la historia le viene desde pequeño, no fue hace mucho cuando se decidió a cursar estudios universitarios de Geografía e Historia en UNED y comenzar en el mundo de la divulgación a través de las redes sociales. Actualmente administra el blog elultimoromano.com así como páginas en Instagram y Facebook con el mismo nombre. Además, colabora con revistas, páginas, asociaciones, blogs relacionados con la divulgación histórica y es miembro de Divulgadores de la Historia.



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Bibliografía:


Elliott, J. H. Imperios del mundo atlántico: España y Gran Bretaña en América (1492–1830). Madrid: Taurus, 2006.


Fernández Álvarez, Manuel. Isabel la Católica: la primera gran reina de Europa. Madrid: Espasa Calpe, 2002.





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