LA LEY DE LAS XII TABLAS: EL ORIGEN DEL DERECHO ROMANO.

 En los albores de la República romana, cuando las colinas del Lacio eran testigos de un pueblo que todavía luchaba por definir sus instituciones, nació una obra que transformaría para siempre la relación entre el poder, la justicia y el ciudadano: la Ley de las XII Tablas. Este conjunto de normas, elaborado hacia el año 451 a. C., fue el primer intento de Roma por codificar su derecho, y con él dio comienzo una de las tradiciones jurídicas más influyentes de la historia de la humanidad.

Hasta entonces, la ley romana no estaba escrita. Las normas eran transmitidas de manera oral, custodiadas por los pontífices y por los patricios, quienes monopolizaban el conocimiento jurídico y lo aplicaban según su criterio. Los plebeyos, que representaban la mayor parte de la población, quedaban así a merced de decisiones arbitrarias y del capricho de los poderosos. La desigualdad jurídica se sumaba a la social, y con el tiempo se convirtió en un conflicto político de primer orden. Las continuas tensiones entre patricios y plebeyos —con huelgas, protestas y amenazas de secesión— obligaron a Roma a reformar su sistema legal. De aquella crisis surgiría el primer cuerpo de leyes escritas del mundo romano.




La tradición cuenta que, tras intensas negociaciones, el Senado accedió a enviar una embajada a Grecia para estudiar las leyes de Solón y otras constituciones helénicas. A su regreso, se nombró una comisión de diez magistrados especiales, los decemviri legibus scribundis, encargados de redactar las normas que habrían de aplicarse a todos los ciudadanos por igual. En el año 451 a. C., los decenviros redactaron diez tablas de bronce, expuestas públicamente en el Foro Romano, para que cualquier ciudadano pudiera conocerlas. Al año siguiente, se añadieron dos tablas más, completando el conjunto de doce que daría nombre a la Ley de las XII Tablas. Desde entonces, ningún magistrado podía juzgar basándose únicamente en la costumbre o en la influencia social: debía atenerse al texto de la ley, accesible para todos.

La importancia de este gesto fue monumental. Por primera vez en Roma, el derecho dejaba de ser patrimonio de una minoría para convertirse en un bien común. La ley escrita significaba igualdad ante la norma, y con ella nacía el principio fundamental que inspiraría siglos después a la justicia occidental: la ley es superior a cualquier persona.

Aunque las XII Tablas originales se perdieron durante el incendio que siguió al saqueo galo de Roma en el 390 a. C., su contenido se ha reconstruido a partir de citas y comentarios de autores como Cicerón, Tito Livio o Aulo Gelio. En ellas se abordaban casi todos los aspectos de la vida cotidiana del romano: la familia, la propiedad, los juicios, los delitos, los contratos y hasta los ritos funerarios. Se trataba, más que de un código jurídico en el sentido moderno, de una especie de compendio moral y social, donde lo sagrado y lo civil convivían sin distinción.

Algunas de sus normas resultan hoy duras o primitivas, pero reflejan el espíritu de una época en la que el orden y la disciplina eran considerados virtudes supremas. En materia de derecho penal, por ejemplo, las XII Tablas admitían el principio del talión —“ojo por ojo”— en casos de lesiones graves. Si un ciudadano causaba daño físico a otro sin motivo, debía sufrir el mismo castigo. El robo era severamente castigado, y la difamación, si se demostraba, podía implicar la muerte del culpable. En cambio, otras disposiciones muestran una sorprendente racionalidad: el deudor no podía ser esclavizado sin proceso previo, y se establecían reglas claras para los contratos, los préstamos y las herencias, buscando proteger la seguridad jurídica de las transacciones.

La ley también regulaba con detalle las relaciones familiares. El pater familias, figura central de la sociedad romana, conservaba un poder casi absoluto sobre sus hijos y esclavos, incluyendo en algunos casos el derecho de vida y muerte. Sin embargo, esta autoridad se encontraba equilibrada por obligaciones religiosas y civiles: debía garantizar la continuidad del culto doméstico, proteger el patrimonio familiar y respetar las normas que regían el matrimonio y la adopción. La patria potestas era, en el fondo, una institución tan jurídica como moral.

Uno de los aspectos más reveladores de las XII Tablas es su atención al orden urbano y religioso. En una de ellas se establecía expresamente la prohibición de realizar enterramientos o incineraciones dentro de los límites de la ciudad. Esta disposición, que podría parecer menor, tenía una profunda carga simbólica. Roma concebía la urbe como un espacio de los vivos, y los muertos debían reposar fuera de sus muros, en la paz de la necrópolis. Era una cuestión de higiene, pero también de respeto al orden divino: los dioses Manes, protectores de los difuntos, no debían mezclarse con los dioses tutelares del hogar y del Estado. Así, la ley contribuía no solo a la salud pública, sino también a preservar la pureza religiosa del espacio urbano.

Otras normas afectaban la vida cotidiana en detalles minuciosos: se regulaban los horarios de los tribunales, las formas de las citaciones judiciales y las condiciones para los testamentos. Incluso se prohibían los excesos en los funerales y lamentaciones exageradas, porque la ley romana consideraba que la virtud residía en la moderación. Nada quedaba fuera del alcance de las XII Tablas, que pretendían ordenar la existencia del ciudadano desde el nacimiento hasta la muerte, dentro y fuera de la ciudad.

La trascendencia de esta codificación fue inmensa. La Ley de las XII Tablas no solo consolidó el poder de Roma como comunidad política, sino que instauró un principio de justicia que la acompañaría durante todo su imperio. A partir de ella se desarrollaron, con el tiempo, instituciones tan fundamentales como el derecho civil, el derecho de gentes y el derecho natural, que influirían en juristas de todas las épocas. El propio Cicerón, más de tres siglos después, afirmaba que conocer las XII Tablas era más útil que leer toda la filosofía griega, porque enseñaban lo que debía hacerse, no solo lo que debía pensarse.


Cuando el Imperio Romano cayó, el espíritu de las XII Tablas no desapareció. Resurgió en Bizancio con el Corpus Iuris Civilis de Justiniano, fue redescubierto por los juristas medievales de Bolonia y, siglos después, sirvió de inspiración a los códigos modernos de Europa, incluido el Código Napoleónico. Las nociones de igualdad ante la ley, publicidad de las normas y protección del ciudadano frente al abuso del poder tienen su raíz en aquel bronce primitivo expuesto en el Foro.

La Ley de las XII Tablas fue, en definitiva, el primer gran paso de Roma hacia la civilización del derecho. Nació del conflicto entre clases, pero terminó fundando la convivencia de toda una ciudad. Fue la promesa de que la justicia no debía depender del linaje ni de la fortuna, sino del respeto a una norma común. Y aunque hoy solo nos quedan fragmentos y ecos de su texto, su esencia permanece viva en cada código, en cada tribunal y en cada acto de justicia que reconoce a todos los hombres como iguales ante la ley.

Porque si Roma enseñó al mundo el arte de gobernar, su legado más duradero fue el arte de legislar. Y ese legado comenzó, humildemente, con doce tablas de bronce bajo el sol del Foro Romano.


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JOSÉ ANTONIO OLMOS GRACIA.



Policía local de profesión, desarrolla su cometido en la categoría de oficial en el municipio de Utebo, contando con 17 de servicio y varias distinciones. A pesar de que su afán por la historia le viene desde pequeño, no fue hace mucho cuando se decidió a cursar estudios universitarios de Geografía e Historia en UNED y comenzar en el mundo de la divulgación a través de las redes sociales. Actualmente administra el blog elultimoromano.com así como páginas en Instagram y Facebook con el mismo nombre. Además, colabora con revistas, páginas, asociaciones, blogs, podcast y es miembro de Divulgadores de la Historia.



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Bibliografía:

HISTORIA ANTIGUA UNIVERSAL II. EL MUNDO ROMANO (2ª)
Autor/es: Fernández Uriel, Pilar. Editorial: U.N.E.D.

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