HÉRCULANO, LA CIUDAD CONGELADA EN EL TIEMPO.

 


Entre las suaves colinas de la Campania, frente al azul del golfo de Nápoles, se alzaba una ciudad que parecía hecha para el descanso y el placer: Herculano, la joya discreta del mundo romano. Su nombre evocaba la fuerza mítica de Hércules, a quien la tradición atribuía su fundación. Sin embargo, lo que realmente definió a Herculano fue su destino. En el año 79 d.C., el Vesubio, dormido durante siglos, despertó de repente y sepultó para siempre a aquella pequeña urbe costera, congelando su vida cotidiana bajo una densa capa de fuego y barro.

Antes de su destrucción, Herculano había sido un enclave de lujo y sosiego. Fundada originalmente por pueblos oscos y más tarde influida por etruscos y griegos, acabó incorporándose al dominio romano tras la Guerra Social del siglo I a.C. Convertida en municipium, se transformó en un refugio predilecto para la aristocracia de Roma. A diferencia de Pompeya, activa y bulliciosa, Herculano tenía un carácter más reservado, una atmósfera de villa veraniega donde senadores, magistrados y poetas encontraban descanso en sus terrazas abiertas al mar Tirreno.

Sus calles, pavimentadas con grandes losas de piedra, serpenteaban entre elegantes viviendas y pequeñas tiendas. Las domus de Herculano eran auténticos templos del buen gusto: frescos de colores vivos, mosaicos que representaban escenas mitológicas o marinas, jardines interiores con fuentes y esculturas. Entre las más célebres destaca la Casa de los Ciervos, con su pórtico adornado de estatuas de bronce que representan ciervos atacados por perros, una obra maestra del arte romano doméstico. No menos notable era la Casa del Atrio Mosaico, donde los suelos de teselas blancas y negras reproducen intrincados diseños geométricos, o la Casa del Relieve de Télefo, decorada con relieves mitológicos de exquisita factura.



Pero la joya más singular de Herculano se hallaba en sus afueras: la Villa de los Papiros, una residencia de lujo posiblemente perteneciente a Lucio Calpurnio Pisón, suegro de Julio César. Allí, entre columnas y estanques, los arqueólogos encontraron una biblioteca de casi dos mil rollos de papiro carbonizados, que hoy constituyen la única biblioteca romana conservada. Muchos de esos textos, escritos en griego, contienen las obras filosóficas de Filodemo de Gadara, discípulo de Epicuro, ofreciendo un testimonio único del pensamiento antiguo.

La vida en Herculano transcurría apacible, entre el rumor del mar y las sombras de los jardines. Hasta que un día de verano del año 79 d.C., el cielo se oscureció. Una columna gigantesca de humo y ceniza ascendió desde el Vesubio y comenzó a cubrir las ciudades de la Campania. Mientras Pompeya sufría una lluvia de piedra pómez que derrumbaba techos y muros, Herculano quedó al principio al margen del desastre. Pero aquella calma era solo el preludio del horror. Horas después, una oleada piroclástica —una mezcla letal de gases ardientes, cenizas y lodo volcánico— descendió por las laderas del volcán a más de 400 grados de temperatura. En cuestión de minutos, la ciudad fue engullida.

La fuerza del flujo arrasó todo a su paso, pero también lo conservó. Las altas temperaturas carbonizaron la madera, los alimentos, los papiros y los tejidos, preservándolos en una suerte de cápsula de tiempo única. Los cuerpos de los habitantes, que habían buscado refugio en los almacenes junto al puerto, quedaron inmortalizados en posiciones de desesperación y miedo, un testimonio estremecedor de los últimos instantes de la ciudad.

Durante siglos, Herculano permaneció enterrada bajo una capa de más de veinte metros de barro volcánico. No fue hasta el siglo XVIII cuando, por azar, un obrero que excavaba un pozo en la actual Ercolano halló restos antiguos. Las noticias llegaron a la corte de Carlos de Borbón, rey de Nápoles, que ordenó iniciar excavaciones. Lo que emergió de las profundidades fue una ciudad casi intacta: calles con sus tabernas, mosaicos relucientes, muebles, esculturas y objetos personales que parecían esperar el regreso de sus dueños.

A diferencia de Pompeya, excavada a cielo abierto, Herculano tuvo que ser explorada mediante túneles subterráneos debido a la dureza del material volcánico. Siglo tras siglo, los arqueólogos fueron desvelando poco a poco los secretos de la ciudad. En el siglo XX se descubrieron los cuerpos de más de trescientas personas refugiadas en los cobertizos del puerto, carbonizadas en el acto por el calor extremo. Su hallazgo aportó una dimensión humana y trágica que convirtió a Herculano en un símbolo de la fragilidad y la eternidad.

La comparación entre Pompeya y Herculano es inevitable. La primera, sepultada por piedra pómez y ceniza, conservó los moldes de sus habitantes, el bullicio de sus calles y su trazado monumental. La segunda, envuelta en un barro volcánico denso, preservó lo más íntimo: la madera de las vigas, los alimentos en las despensas, los cofres con joyas y los papiros que guardaban la voz de los filósofos. Si Pompeya nos enseña la magnitud de la vida urbana romana, Herculano nos revela su alma doméstica, la textura cálida y silenciosa de la vida cotidiana.




Hoy, Herculano es Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y uno de los yacimientos arqueológicos más valiosos del planeta. A diferencia de otras ruinas, no se presenta como un esqueleto muerto del pasado, sino como un fragmento vivo del tiempo. Caminar por sus calles es oír el eco de los pasos de los antiguos romanos, sentir el aroma del mar y contemplar los frescos que aún resplandecen con los mismos tonos que hace dos milenios.

Herculano no es solo una ciudad sepultada: es una lección sobre la memoria. Nos recuerda que la vida, incluso detenida por la catástrofe, puede sobrevivir al fuego y a los siglos. Que bajo la destrucción puede ocultarse la belleza. Y que, a veces, el olvido más profundo guarda los secretos más vivos del pasado.


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 JOSÉ ANTONIO OLMOS GRACIA.



Policía local de profesión, desarrolla su cometido en la categoría de oficial en el municipio de Huesca, contando con 17 de servicio y varias distinciones. A pesar de que su afán por la historia le viene desde pequeño, no fue hace mucho cuando se decidió a cursar estudios universitarios de Geografía e Historia en UNED y comenzar en el mundo de la divulgación a través de las redes sociales. Actualmente administra el blog elultimoromano.com así como páginas en Instagram y Facebook con el mismo nombre. Además, colabora con revistas, páginas, asociaciones, blogs, podcast y es miembro de Divulgadores de la Historia.



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Bibliografía:


Cooley, A. (2013). Pompeii and Herculaneum: A Sourcebook. Routledge.
Wallace-Hadrill, A. (2011). Herculaneum: Past and Future. Frances Lincoln.

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