BERNARDO DE GÁLVEZ.
Nacido en Macharaviaya, un pequeño pueblo de Málaga, el 23 de julio de 1746, Bernardo de Gálvez y Madrid pertenecía a una familia profundamente ligada al servicio de la monarquía española. Su padre, Matías de Gálvez y Gallardo, fue un destacado militar y administrador que llegó a ocupar el cargo de virrey de Nueva España, mientras que su tío, José de Gálvez, fue ministro de Indias y uno de los principales impulsores de las reformas borbónicas en América bajo el reinado de Carlos III. Creció, por tanto, en un entorno de disciplina, ambición y vocación pública, valores que marcarían toda su vida.
Desde muy joven se sintió atraído por la carrera de las armas. Con apenas dieciséis años ingresó en el ejército y participó en las campañas de África del Norte, donde combatió en Orán contra los moros. En una de aquellas acciones resultaron heridas, pero su valor y capacidad le valieron los primeros ascensos. Años más tarde fue destinado a Nueva España, donde se dirigieron expediciones contra los apaches del norte, en las fronteras más peligrosas del virreinato. Allí demostró no solo coraje, sino también inteligencia política: comprendió que la fuerza no bastaba para pacificar los territorios y promovió acuerdos con las tribus, mostrando un sentido práctico y conciliador poco común entre los oficiales coloniales.
Su ascenso fue constante. En 1776, con apenas treinta años, fue nombrado gobernador de la Luisiana española, un vasto territorio que España había recibido de Francia tras el Tratado de París de 1763. La Luisiana abarcaba una extensión inmensa, desde el Golfo de México hasta las proximidades de los Grandes Lagos, y su posición era estratégica para controlar el curso del Misisipi y frenar la expansión británica hacia el oeste.
Tras la Guerra de los Siete Años, Norteamérica experimentó una profunda reorganización territorial que consolidó a Gran Bretaña como la potencia dominante en el continente y redefinió las posesiones españolas y francesas. Gran Bretaña obtuvo de Francia el control de Canadá y de los territorios al este del río Misisipi, además de mantener su hegemonía sobre las tres colonias situadas a lo largo de la costa atlántica. Estas colonias contaban con cierta autonomía interna, disponiendo de asambleas locales y administración propia, aunque estaban sujetas al Parlamento británico en asuntos de comercio, impuestos y defensa. La expansión británica hacia el interior del continente generó tensiones con los pueblos indígenas y con España, sentando las bases de futuros conflictos.
España fue la gran perdedora en Norteamérica al ceder la Florida a Gran Bretaña. A cambio, recuperó La Habana y Manila, ocupadas por los británicos durante la guerra, y recibió de Francia la Luisiana, el vasto territorio situado al oeste del Mississippi. Esto concentró los dominios españoles en el suroeste del continente, en lo que hoy son México, Texas, California y el suroeste de Estados Unidos, asegurando rutas comerciales y zonas estratégicas, aunque limitando su influencia al este.
Francia, por su parte, perdió prácticamente todos sus territorios en Norteamérica, cediendo Canadá y las tierras al este del Mississippi a Gran Bretaña y entregando la Luisiana a España. Tras la guerra, Francia quedó limitada a algunas islas del Caribe y pequeñas posesiones en ultramar, lo que marcó el fin de su papel como potencia colonial importante en el continente.
En conjunto, el resultado de la guerra dejó un continente dominado por Gran Bretaña y España, con la mayoría de los territorios al este bajo control británico y los del suroeste y oeste bajo control español. Esta nueva configuración territorial, junto con las políticas fiscales y administrativas impuestas por Gran Bretaña sobre las colonias, fue un factor determinante que condujo, menos de una década después, al estallido de la Guerra de Independencia de Estados Unidos.
Gálvez llegó a Nueva Orleans en un momento crítico. El Imperio Británico se encontraba en guerra con las Trece Colonias rebeldes, y el conflicto amenazaba con extenderse por todo el continente. Aunque España aún no había entrado oficialmente en la guerra, Gálvez comprendió que el triunfo de los insurgentes podría debilitar a Gran Bretaña, el enemigo tradicional. Por ello, desde su puesto en Luisiana, comenzó a prestar apoyo encubierto a los revolucionarios norteamericanos, enviando dinero, pólvora, medicinas, uniformes y armas a través del Misisipi. Aquella ayuda, financiada en parte con recursos propios, resultó esencial para los ejércitos de George Washington, que sufrían una grave escasez de suministros.
En 1779, cuando España declaró formalmente la guerra a Gran Bretaña, Gálvez ya tenía preparados sus aviones de ofensiva. Reunió un ejército heterogéneo compuesto por españoles peninsulares, criollos, franceses, indígenas, negros libres y voluntarios de Cuba y México. Con apenas 1.400 hombres, emprendió su primera campaña militar por el valle del Misisipi. En septiembre de ese año tomó Baton Rouge, donde obligó a rendirse a la guarnición británica, junto con los fuertes de Manchac y Natchez. Con ello se asegura el control español de toda la región, cortando el acceso británico desde el interior del continente y consolidando la ruta de abastecimiento hacia el norte.
Su siguiente objetivo fue Mobile, otro bastión británico situado en la actual Alabama. En marzo de 1780, tras un duro asedio y pese a la pérdida de parte de su flota por una tormenta, Gálvez consiguió la rendición de la plaza. Su reputación como estratega se expande por toda América. No obstante, su mayor desafío aún estaba por llegar: la conquista de Pensacola, la principal base británica en la Florida Occidental y el centro de su poder en el Golfo de México.
La operación contra Pensacola comenzó en febrero de 1781. Gálvez reunió una fuerza colosal, más de 7.000 hombres y 40 embarcaciones, con refuerzos procedentes de Cuba, Veracruz y Nueva Orleans. Sin embargo, las tormentas dispersaron parte de la flota y algunos oficiales dudaban de la viabilidad del ataque. Ante la vacilación general, Gálvez tomó una decisión que lo inmortalizó: subió a su pequeña embarcación “El Morillo” (también conocida como El Morinero ) y, desafiando el fuego de los cañones británicos, cruzó la bahía al grito de “¡Yo solo!”. Su audacia obligó al resto de la flota a seguirle, logrando finalmente el desembarco de las tropas.
El asedio se prolongó durante casi dos meses. Las fortificaciones británicas resistieron con tenacidad, pero la superioridad artillera española terminó por imponerse. El 8 de mayo de 1781, una explosión accidental en el polvorín inglés abrió una brecha en las defensas. Gálvez ordenó el asalto general y el día 9 la bandera española ondeaba sobre Pensacola. Aquella victoria vendió el control español del Golfo de México y privó a los británicos de cualquier posibilidad de amenazar el sur de los Estados Unidos. Washington reconoció públicamente el valor del malagueño, y la prensa de la época lo aclamó como uno de los grandes artífices de la derrota británica.
Después de la guerra, Gálvez fue recompensado con el ascenso a teniente general y nombrado virrey de Nueva España en 1785, sucediendo a su propio padre, Matías de Gálvez, fallecido en el cargo. Su gobierno fue breve pero ejemplar. Fomentó el comercio, la agricultura y la educación, impulsó la construcción de caminos entre Veracruz y la capital, mejoró las defensas del virreinato y aplicó políticas sanitarias innovadoras para combatir las epidemias. También promovió estudios científicos y cartográficos en el Golfo de México y apoyó expediciones de exploración hacia la Alta California y el Pacífico.
Sin embargo, su salud, quebrantada por años de campañas y fatigas, se deterioró rápidamente. Murió el 30 de noviembre de 1786 en la Ciudad de México, a los cuarenta años. Fue enterrado en la iglesia de San Fernando, donde aún se conserva su tumba. Con su muerte, desapareció una de las figuras más notables de la monarquía borbónica, un hombre que encarnó la unión entre el valor militar y la inteligencia política.
Durante mucho tiempo, su memoria quedó olvidada. No fue hasta finales del siglo XX cuando comenzó a ser reivindicado tanto en España como en los Estados Unidos. En 2014, el Congreso estadounidense le concedió el título de “Ciudadano Honorario de los Estados Unidos”, un honor reservado a muy pocos. Su retrato preside hoy una sala del Capitolio de Washington, símbolo de la gratitud americana hacia aquel español que ayudó a asegurar su independencia.
Bernardo de Gálvez fue un hombre de su tiempo y, al mismo tiempo, muy por encima de él. Soldado, diplomático, reformador y gobernante ilustrado, supo combinar la audacia con la prudencia, el patriotismo con la humanidad. Desde su pequeña embarcación en la bahía de Pensacola hasta el palacio virreinal de México, su vida fue una epopeya de inteligencia, coraje y servicio. Su legado demuestra que la historia de América no puede entenderse sin recordar a aquel malagueño que, con su valor y su visión, cambió el destino de dos continentes.
JOSÉ ANTONIO OLMOS GRACIA.
Policía local de profesión, desarrolla su cometido en la categoría de oficial en el 7municipio de Huesca, contando con 17 de servicio y varias distinciones. A pesar de que su afán por la historia le viene desde pequeño, no fue hace mucho cuando se decidió a cursar estudios universitarios de Geografía e Historia en la UNED y comenzar en el mundo de la divulgación a través de las redes sociales. Actualmente administra el blog elultimoromano.com así como páginas en Instagram y Facebook con el mismo nombre. Además, colabora con revistas, páginas, asociaciones, blogs, podcast y es miembro de Divulgadores de la Historia.
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Bibliografía:
HSTOCAT 34. PODCAST.
Chávez, Thomas E. España y la Independencia de Estados Unidos: un regalo intrínseco.Prensa de la Universidad de Nuevo México, 2002.
Álvarez Cuartero, Izaskun. Bernardo de Gálvez: Un héroe español en la Independencia de Estados Unidos. Ediciones Doce Calles, 2015.
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