LA GRAN MORAVIA.

 En el corazón de Europa, entre los valles del Danubio y las colinas de Moravia, floreció durante poco más de setenta años una entidad política que cambió el curso de la historia eslava: la Gran Moravia. A pesar de su corta existencia, entre mediados del siglo IX y comienzos del X, fue un experimento político y cultural sin precedentes. Su influencia marcó profundamente el desarrollo posterior de Europa Central, sirviendo como puente entre Oriente y Occidente, entre Bizancio y Roma, y entre los pueblos germánicos y eslavos que se disputaban el legado del mundo post-romano.




Para comprender cómo surgió la Gran Moravia, hay que retroceder varios siglos. Tras el colapso del Imperio Romano, las tierras situadas entre el Elba y el Danubio fueron atravesadas por una marea de pueblos migratorios. Los germanos, que habían dominado la región, partieron hacia el oeste, dejando tras de sí un espacio vacío que fue ocupado, a partir del siglo VI, por tribus eslavas procedentes del norte y del este. Estas comunidades se establecieron en los fértiles valles fluviales, donde desarrollaron una economía agrícola y pastoril, organizada en aldeas autosuficientes. No existían aún estructuras estatales consolidadas, sino una red de clanes y jefaturas locales que, ocasionalmente, se agrupaban para la defensa común.

En el siglo VII, bajo la presión del Khaganato Ávaro, un imperio nómada de origen túrquico que había conquistado gran parte de Europa Central, los eslavos se convirtieron en sus vasallos, pagando tributos y participando en sus campañas. Sin embargo, esta dominación también permitió un cierto grado de organización y contacto con estructuras militares y administrativas más complejas. Cuando el emperador Carlomagno derrotó a los ávaros hacia el año 796, el poder en la región se fragmentó, y las tribus eslavas aprovecharon el vacío para formar sus propias entidades políticas.




De esa transformación nacieron los principados de Moravia y Nitra, núcleos fundamentales del futuro reino. Ambos territorios estaban situados en lo que hoy son Moravia (actual República Checa) y Eslovaquia occidental. En torno al año 833, el príncipe Mojmír I de Moravia expulsó a su rival Pribina, gobernante de Nitra, y unificó ambas regiones bajo su mando. Así nació la Gran Moravia, primer Estado organizado de los eslavos del Danubio medio.

El nuevo reino no tardó en entrar en contacto con el poderoso Imperio Carolingio, que dominaba la Europa occidental y pretendía extender su influencia religiosa y política sobre los eslavos. Mojmír I aceptó, al menos nominalmente, la autoridad franca, pero su sucesor, Rastislav, buscó consolidar una independencia real. La dependencia religiosa de los obispos bávaros, que oficiaban en latín, se convirtió en un problema político. Rastislav comprendió que la autonomía del reino solo sería posible si la fe cristiana podía expresarse en la lengua del pueblo. Por ello, en el año 863, solicitó ayuda al emperador bizantino Miguel III, quien envió a los hermanos Cirilo y Metodio desde Constantinopla.

La llegada de estos misioneros marcó un punto de inflexión en la historia cultural europea. Cirilo y Metodio introdujeron la liturgia en lengua eslava y crearon el alfabeto glagolítico, la primera escritura adaptada al idioma de los pueblos eslavos. Este gesto no solo permitió que el cristianismo echara raíces profundas entre ellos, sino que también estableció la base de una cultura escrita que sobreviviría durante siglos. Su obra fue el origen de lo que más tarde se conocería como el alfabeto cirílico, aún empleado por millones de personas en Europa oriental.

Durante el reinado de Svatopluk I, sobrino de Rastislav, la Gran Moravia alcanzó su máximo esplendor. Gobernó entre 871 y 894, y fue un hábil estratega político. Supo alternar alianzas con los francos y enfrentamientos con ellos, aprovechando las divisiones del Imperio Carolingio para expandir sus dominios. Bajo su reinado, la Gran Moravia llegó a extenderse desde Bohemia y Silesia hasta el norte del Danubio, e incluso sobre parte de lo que hoy es Hungría, Austria y Polonia. Era un reino en expansión, con una estructura jerárquica sólida, castillos fortificados como los de Mikulčice, Devín y Nitra, y una organización administrativa que comenzaba a parecerse a la de los estados feudales de Occidente.

La prosperidad de Svatopluk también trajo tensiones religiosas. Mientras Cirilo y Metodio habían defendido la liturgia eslava y el contacto con Bizancio, el papado y los obispos francos buscaban imponer la autoridad latina. Tras la muerte de los misioneros, sus discípulos fueron perseguidos y expulsados, lo que provocó que la influencia latina terminara imponiéndose sobre la bizantina. Así, la Gran Moravia quedó en una posición intermedia entre los dos grandes centros del cristianismo medieval, algo que reflejaría más tarde la dualidad cultural de toda Europa Central.

Sin embargo, la muerte de Svatopluk en 894 abrió una crisis. Sus sucesores carecieron de su habilidad y carisma, y el reino comenzó a fragmentarse. Las luchas internas entre sus herederos minaron la autoridad del poder central, justo cuando nuevas amenazas se aproximaban desde las estepas euroasiáticas. Los magiares, un pueblo nómada de origen fino-úgrico, comenzaron a desplazarse hacia la cuenca del Danubio, saqueando y devastando los territorios moravos. Los restos del poder carolingio no pudieron contenerlos, y la desunión de los eslavos selló su destino.

Hacia el año 907, las fuentes francas mencionan la desaparición definitiva de la Gran Moravia, tras una serie de derrotas catastróficas frente a los magiares. Las principales fortalezas fueron arrasadas, los centros urbanos abandonados, y el territorio pasó a integrarse en la naciente Hungría medieval. A pesar de ello, el legado cultural y espiritual del reino sobrevivió: la liturgia eslava continuó expandiéndose en los Balcanes y en las tierras de los eslavos orientales, donde el alfabeto y la obra de Cirilo y Metodio encontraron un nuevo hogar.

La Gran Moravia no fue solo un episodio político, sino una auténtica semilla civilizatoria. Representó el primer intento de unificación eslava en el centro de Europa, una síntesis de influencias occidentales y orientales que anticipó la complejidad cultural de la región. Para checos y eslovacos, constituye hoy el símbolo de sus orígenes comunes, una patria fundacional donde se forjaron su lengua, su fe y su identidad.

Su historia, aunque breve, resume la esencia de una época de transición: el paso de la Antigüedad Tardía al mundo medieval, el nacimiento de los estados cristianos europeos y la lucha constante entre el poder y la fe. En sus ruinas —como las de Mikulčice o Devín— aún se siente el eco de aquel primer reino que, por un instante, unió bajo un mismo estandarte a los pueblos eslavos del corazón de Europa.


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 JOSÉ ANTONIO OLMOS GRACIA.



Policía local de profesión, desarrolla su cometido en la categoría de oficial en el municipio de Huesca, contando con 17 de servicio y varias distinciones. A pesar de que su afán por la historia le viene desde pequeño, no fue hace mucho cuando se decidió a cursar estudios universitarios de Geografía e Historia en UNED y comenzar en el mundo de la divulgación a través de las redes sociales. Actualmente administra el blog elultimoromano.com así como páginas en Instagram y Facebook con el mismo nombre. Además, colabora con revistas, páginas, asociaciones, blogs, podcast y es miembro de Divulgadores de la Historia.



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Bibliografía:


Bowlus, Charles R. Franks, Moravians, and Magyars: The Struggle for the Middle Danube, 788–907. University of Pennsylvania Press, 1995.


Curta, Florin. The Making of the Slavs: History and Archaeology of the Lower Danube Region, c. 500–700. Cambridge University Press, 2001.

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