LA BATALLA DE CERIÑOLA (1503).
La batalla de Ceriñola, librada el 28 de abril de 1503, se ha considerado durante siglos un punto de inflexión en la historia militar. Fue en este enfrentamiento donde el ejército español, al mando del Gran Capitán Gonzalo Fernández de Córdoba, demostró de forma contundente la superioridad de las armas de fuego sobre la caballería pesada medieval, convirtiéndose así en la primera gran batalla ganada gracias al uso masivo de la pólvora. El choque, enmarcado dentro de las Guerras de Italia, no solo aseguró la hegemonía española en el Reino de Nápoles, sino que también abrió una nueva era en el arte de la guerra.
ANTECEDENTES DE LA BATALLA
A finales del siglo XV, las potencias europeas rivalizaban por el control de la península italiana. La riqueza, posición estratégica y prestigio de territorios como Milán o Nápoles habían convertido a Italia en el gran tablero de la política continental. Tras la muerte del rey de Nápoles en 1501, franceses y españoles reclamaron la herencia del reino. Francia, bajo Luis XII, alegaba derechos dinásticos, mientras que Fernando el Católico había logrado un acuerdo previo con los franceses para repartirse el territorio.
Sin embargo, las tensiones no tardaron en estallar. La ambición francesa de dominar Italia chocó con la voluntad de los Reyes Católicos de afianzar su presencia en el Mediterráneo. El conflicto se reanudó en 1502, y al año siguiente, Francia envió un poderoso ejército al mando de Luis de Armagnac, duque de Nemours, para expulsar a los españoles. Frente a él se encontraba el Gran Capitán, que con menos recursos y hombres, debía recurrir a la innovación táctica y al ingenio militar para resistir.
LOS EJÉRCITOS ENFRENTADOS
El ejército francés, numéricamente superior, estaba compuesto por unos 9.000 hombres, entre los que destacaban la caballería pesada de gendarmes —heredera de la tradición caballeresca medieval— y una infantería de piqueros suizos, considerados los mejores de Europa en combate cuerpo a cuerpo. También contaban con artillería, aunque su empleo sería ineficaz debido a la rapidez de la batalla.
Los españoles, en cambio, disponían de una fuerza más reducida, unos 6.000 soldados, pero mucho más versátil. Su ejército estaba formado por infantería ligera, ballesteros, piqueros, y sobre todo, por arcabuceros, un arma relativamente nueva en los campos de batalla. Estos hombres, aunque lentos en recargar y vulnerables en campo abierto, ofrecían una potencia de fuego demoledora si se empleaban correctamente. A ellos se unían los jinetes de la caballería ligera y las compañías de rodeleros, especialistas en combate cercano.
El Gran Capitán organizó sus fuerzas de manera novedosa, combinando trincheras defensivas con un uso estratégico de la artillería ligera y los arcabuces, algo prácticamente inédito hasta entonces.
EL CAMPO DE BATALLA Y LAS TÁCTICAS DEL GRAN CAPITÁN
La elección del terreno fue decisiva. Gonzalo Fernández de Córdoba se atrincheró en las cercanías de la pequeña ciudad de Ceriñola, en Apulia. Ordenó excavar zanjas y parapetos, reforzados con sacos de tierra y ramas, detrás de los cuales situó a sus hombres. La artillería española quedó distribuida en posiciones clave, y los arcabuceros fueron colocados en primera línea, protegidos por las defensas improvisadas.
La táctica era clara: obligar a los franceses a cargar frontalmente contra un enemigo atrincherado, exponiendo su caballería pesada al fuego continuo de arcabuces y cañones. La rapidez con la que el Gran Capitán dispuso estas defensas sorprendió incluso a sus propios hombres. Según las crónicas, toda la fortificación fue levantada en pocas horas, en vísperas de la batalla.
EL DESARROLLO DE LA BATALLA
El 28 de abril de 1503, el duque de Nemours lanzó un ataque directo contra las posiciones españolas. Confiado en la superioridad numérica y en la potencia de su caballería, ordenó una carga frontal de sus gendarmes franceses.
El resultado fue devastador. Al acercarse a las trincheras, los jinetes fueron recibidos por descargas cerradas de arcabuces y la artillería española. Los caballos, heridos y desorientados, se derrumbaron en masa, causando caos entre las filas francesas. La caballería pesada, antaño imbatible, se mostró impotente frente al fuego sostenido de los arcabuceros.
La infantería suiza intentó tomar las posiciones españolas, pero también fue rechazada con grandes pérdidas. En cuestión de menos de una hora, el ejército francés estaba completamente deshecho. El propio duque de Nemours cayó en combate, y su muerte precipitó la retirada.
ARMAS Y REVOLUCIÓN MILITAR
La batalla de Ceriñola es recordada por ser la primera gran victoria de la historia atribuida al uso decisivo de armas de fuego portátiles. Los arcabuces españoles demostraron su capacidad de destruir formaciones cerradas de caballería e infantería, anticipando el papel fundamental que jugarían en la guerra moderna.
Junto a ello, la combinación de diferentes tipos de tropas —arcabuceros, piqueros, rodeleros y caballería ligera— fue un primer paso hacia las tercios españoles, la unidad militar que dominaría Europa durante más de un siglo.
CONSECUENCIAS DE LA VICTORIA
La victoria de Ceriñola aseguró el control español sobre Nápoles y consolidó el prestigio del Gran Capitán. Francia, debilitada y desmoralizada, tardaría en recuperarse, mientras que España afianzaba su presencia en Italia.
En términos más amplios, la batalla simbolizó el fin de la caballería medieval como fuerza decisiva en la guerra europea. Desde entonces, ninguna potencia pudo ignorar el papel central de la artillería y de la infantería equipada con armas de fuego.
Ceriñola marcó el inicio de la supremacía militar española, que se mantendría hasta bien entrado el siglo XVII. Fue, en palabras de muchos historiadores, el nacimiento de la guerra moderna.
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