LA ANEXIÓN DE LOS SUDETES.
La anexión de los Sudetes en 1938 fue uno de los episodios más reveladores del período de entreguerras y un paso fundamental en la cadena de acontecimientos que llevarían a la Segunda Guerra Mundial. La región de los Sudetes, situada en la frontera occidental y septentrional de Checoslovaquia, estaba habitada por más de tres millones de alemanes étnicos que habían quedado dentro de las fronteras del nuevo estado checoslovaco tras la disolución del Imperio austrohúngaro en 1918. Aunque Checoslovaquia fue desde sus inicios una de las democracias más avanzadas de Europa Central, con un notable desarrollo industrial y un sistema político parlamentario estable, la diversidad étnica en su territorio siempre fue un problema. Checos, eslovacos, húngaros, rutenos, polacos y alemanes convivían en un equilibrio frágil, y la minoría alemana de los Sudetes, acostumbrada a gozar de privilegios bajo el Imperio de los Habsburgo, nunca terminó de aceptar su nuevo estatus bajo dominio checo.
Durante los años veinte, los sudetes participaron en la vida política del país, pero con el ascenso del nazismo en la vecina Alemania, la situación cambió radicalmente. Adolf Hitler, que en su propaganda hablaba de la unidad de todos los pueblos de origen germano bajo la bandera del Reich, convirtió a los Sudetes en un objetivo prioritario de su política exterior. Bajo el discurso del “Lebensraum”, o espacio vital, y enarbolando la defensa de los derechos de las minorías alemanas, el Führer encontró el argumento perfecto para desestabilizar Checoslovaquia y avanzar en sus ambiciones expansionistas. El Partido Alemán de los Sudetes, dirigido por Konrad Henlein, se convirtió en un instrumento de presión. Con el apoyo directo de Berlín, Henlein promovía la idea de que los alemanes estaban oprimidos en Checoslovaquia, lo que alimentaba tensiones y daba a Hitler la excusa para intervenir.
En 1938, la presión sobre el gobierno checoslovaco se intensificó. Hitler exigía la entrega inmediata de los Sudetes, presentándolo como una cuestión de justicia nacional. El presidente checoslovaco, Edvard Beneš, se encontraba en una situación imposible. Su país contaba con una de las mejores defensas militares de Europa, pues las fortificaciones en la frontera eran modernas y resistentes, pero Checoslovaquia estaba políticamente aislada. Francia, que era su principal aliada desde la Primera Guerra Mundial, mostraba cada vez menos disposición a entrar en un conflicto por ella, mientras que el Reino Unido, bajo el liderazgo de Neville Chamberlain, defendía la política de apaciguamiento, convencido de que cediendo a algunas demandas de Hitler podría evitarse una guerra general.
La tensión culminó en septiembre de 1938, cuando Hitler organizó concentraciones militares en la frontera y amenazó con la invasión si no se entregaban los Sudetes. La posibilidad de una guerra inmediata llevó a las principales potencias europeas a convocar una conferencia en Múnich. El encuentro reunió a Hitler, Benito Mussolini, Neville Chamberlain y el primer ministro francés Édouard Daladier. Los grandes ausentes fueron precisamente los checoslovacos, cuya suerte se decidía sin que estuvieran presentes. Tras intensas negociaciones, se firmó el llamado Acuerdo de Múnich el 30 de septiembre de 1938, que autorizaba a Alemania a anexionarse los Sudetes bajo la promesa de que no habría más reivindicaciones territoriales. Chamberlain regresó a Londres proclamando haber logrado “la paz para nuestro tiempo”, convencido de que había evitado la guerra.
La realidad fue muy distinta. Para Checoslovaquia, el acuerdo significó una mutilación territorial y estratégica fatal. La pérdida de los Sudetes no solo implicaba la entrega de importantes zonas industriales y mineras, sino también la pérdida de las defensas fortificadas que protegían al país. Militarmente, Checoslovaquia quedaba indefensa y políticamente humillada, pues se había negociado su futuro sin su participación. Para Hitler, en cambio, fue un triunfo absoluto: no solo conseguía territorio y recursos vitales para el Reich, sino que también comprobaba la debilidad de las democracias occidentales, que habían preferido ceder antes que enfrentarse a él.
La anexión de los Sudetes en octubre de 1938 fue recibida con entusiasmo en Alemania. Las tropas nazis entraron en la región entre vítores y saludos fascistas, mientras que la propaganda presentaba el acontecimiento como un acto de justicia histórica. Sin embargo, lejos de quedar satisfecho, Hitler interpretó que podía avanzar aún más en sus ambiciones. En marzo de 1939, desmanteló por completo lo que quedaba de Checoslovaquia, ocupando Bohemia y Moravia e instalando un estado títere en Eslovaquia. El Acuerdo de Múnich había demostrado ser un espejismo, y la política de apaciguamiento quedaba completamente desacreditada.
Las consecuencias de la anexión de los Sudetes fueron profundas. Por un lado, aceleró la crisis de confianza entre las potencias occidentales y Alemania. Gran Bretaña y Francia comprendieron, demasiado tarde, que Hitler no se detendría en sus conquistas y que la guerra era inevitable. Por otro, la desaparición de Checoslovaquia alteró el equilibrio de poder en Europa Central y dio a Alemania un control aún mayor de recursos estratégicos que fortalecerían su maquinaria de guerra. Finalmente, el episodio demostró el fracaso de la Sociedad de Naciones, incapaz de garantizar la seguridad colectiva o de proteger a un país miembro frente a la agresión de una potencia expansionista.
La anexión de los Sudetes, vista en perspectiva, fue un punto de no retorno. Aunque en aquel momento algunos creyeron que se había asegurado la paz, en realidad se estaba allanando el camino para un conflicto aún mayor. La ocupación del resto de Checoslovaquia en 1939 y la posterior invasión de Polonia fueron solo pasos lógicos en la política de Hitler, que había comprobado que sus amenazas podían doblegar a Europa. La región montañosa de los Sudetes, que durante siglos había sido hogar de comunidades diversas bajo el Imperio austrohúngaro, se convirtió así en el escenario de un acontecimiento que marcó el comienzo del derrumbe del orden internacional y el preludio de la Segunda Guerra Mundial.
Policía local de profesión, desarrolla su cometido en la categoría de oficial en el municipio de Huesca, contando con más de 16 años de servicio y varias distinciones. A pesar de que su afán por la historia le viene desde pequeño, no fue hace mucho cuando se decidió a cursar estudios universitarios de Geografía e Historia en UNED y comenzar en el mundo de la divulgación a través de las redes sociales. Actualmente administra el blog elultimoromano.com así como páginas en Instagram y Facebook con el mismo nombre. Además, colabora con revistas, páginas, asociaciones, blogs relacionados con la divulgación histórica y es miembro de Divulgadores de la Historia.
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Bibliografía:
Hipólito de la TORRE. (coord.), Alicia ALTED, Rosa PARDO, Ángel HERRERÍN, Juan Carlos JIMÉNEZ y Alejandro VALDIVIESO: Historia Contemporánea II (1914-1989), Madrid, Editorial Universitaria Ramón Areces, 2019.
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