LA SEGUNDA EXPEDICIÓN DE ELCANO AL PACÍFICO.


Tras el regreso triunfal de la nao Victoria en 1522, con la que se había completado la primera vuelta al mundo, la Corona de Castilla comprendió la importancia estratégica de dominar el océano Pacífico y las rutas hacia las codiciadas islas de las especias. El Tratado de Tordesillas había repartido el mundo entre portugueses y castellanos, pero las Molucas quedaban en una zona disputada. Conscientes de ello, Carlos V y su corte organizaron una nueva expedición en 1525, destinada a repetir la gesta del cruce del estrecho de Magallanes y a consolidar la presencia castellana en el Pacífico. La empresa fue puesta bajo el mando de García Jofre de Loaísa, pero entre sus capitanes figuraba el más célebre de los marinos españoles del momento, Juan Sebastián Elcano, el hombre que había regresado a Sevilla tras circunnavegar la Tierra.

La expedición, conocida como la Armada de Loaísa, zarpó de La Coruña en julio de 1525 con siete naves: la Santa María de la Victoria, que era la capitana, la Sancti Spiritus, la Anunciada, la San Gabriel, la Santiago, la San Lesmes y un patache menor llamado Sancho de Torralva. A bordo iban unos cuatrocientos cincuenta hombres entre marineros, soldados, pilotos y religiosos. Era una empresa grandiosa, pero también enormemente arriesgada, porque muy pocos conocían las rutas que debían seguirse tras doblar el temido estrecho de Magallanes.




La travesía por el Atlántico resultó ya problemática. Los temporales dispersaron las naves y comenzaron las primeras averías y carencias de víveres. Pero lo peor aguardaba en el estrecho, donde las violentas corrientes, el frío y la falta de coordinación acabaron separando a la flota. Algunas naves no pudieron continuar y tuvieron que regresar a España. Otras se perdieron para siempre. Entre ellas, la San Lesmes, que desapareció sin dejar rastro, alimentando durante siglos teorías sobre la posibilidad de que hubiese alcanzado accidentalmente tierras de la Polinesia o incluso Australia. El estrecho de Magallanes, que ya había causado la muerte y la rebelión en la expedición de Magallanes y Elcano años atrás, volvía a cobrarse un precio altísimo.

Cuando las naves que lograron cruzar se adentraron en el Pacífico comenzó un suplicio aún mayor. La navegación resultaba inacabable: las corrientes y el desconocimiento de las rutas hacían que los barcos vagasen durante meses en busca de islas donde abastecerse. Cuando encontraban tierra, solía ser poca y hostil, y el escorbuto empezó a diezmar rápidamente a las tripulaciones. El hambre obligó a consumir raciones cada vez más reducidas, hasta llegar a comer cuero hervido, serrín y cualquier cosa que pudiera engañar al estómago. Los hombres pasaban semanas sin divisar tierra firme, soportando tormentas que destrozaban aparejos y velas, mientras los muertos eran arrojados por la borda casi a diario.

En julio de 1526, tras más de un año de sufrimiento, el comandante García Jofre de Loaísa murió en medio del océano, víctima de las privaciones. El mando recayó entonces en Juan Sebastián Elcano, pero su tiempo como capitán general fue brevísimo. También él estaba debilitado por el escorbuto y falleció apenas unas semanas después, el 4 de agosto de 1526, en pleno Pacífico. Su cuerpo fue arrojado al mar, y con él desapareció uno de los grandes protagonistas de la historia de la navegación.

De toda la escuadra solo la nao Santa María de la Victoria, la capitana, consiguió alcanzar finalmente las Molucas, y lo hizo en condiciones deplorables, con la tripulación reducida a un puñado de hombres exhaustos. Allí, lejos de encontrar descanso, se enfrentaron a los portugueses, que ya se habían establecido en las islas y no estaban dispuestos a cederlas. Se produjeron enfrentamientos armados en torno a Tidore y Ternate, con los castellanos apoyados por algunos reinos locales enemigos de Portugal. Durante meses resistieron como pudieron, construyendo fortificaciones improvisadas y defendiéndose con la escasa artillería que les quedaba.

Los lusos, mejor abastecidos y con más aliados indígenas, fueron imponiéndose poco a poco. Los combates fueron feroces: incendios de fortalezas, emboscadas nocturnas, asedios prolongados y ataques sorpresivos que iban diezmando a los supervivientes españoles. Las enfermedades tropicales completaron la obra de destrucción, y aquellos que no cayeron por las armas perecieron por fiebres, hambre o debilidad.




Los pocos que lograron sobrevivir terminaron prisioneros de los portugueses o dispersos entre poblaciones locales, mientras que apenas un puñado logró volver a Castilla años después. De las siete naves y de los centenares de hombres que partieron de La Coruña, solo la capitana había alcanzado el destino, y lo había hecho para caer en una guerra perdida de antemano.

La segunda expedición de Elcano y Loaísa fue, en términos prácticos, un desastre colosal. No consolidó la presencia castellana en las Molucas, se perdieron casi todos los barcos y la mayoría de las tripulaciones, y los capitanes principales murieron en el camino. Sin embargo, la empresa dejó tras de sí un legado importante. Se ampliaron los conocimientos sobre las rutas del Pacífico, se confirmó el enorme desafío que suponía la navegación en aquellas aguas y quedó claro que el dominio de ese océano exigiría recursos, perseverancia y sacrificios inmensos.

La muerte de Elcano en alta mar cerraba una trayectoria vital marcada por la aventura y la tragedia. Había pasado a la posteridad como el hombre que completó la primera circunnavegación de la Tierra, pero su segunda odisea, lejos de la gloria, fue la prueba de los límites humanos ante la inmensidad del mar. La Armada de Loaísa y la última travesía de Elcano son un recordatorio de que los grandes logros del siglo XVI se construyeron también sobre los fracasos y sobre las vidas perdidas en mares que aún eran poco menos que desconocidos.

JOSÉ ANTONIO OLMOS GRACIA.


Policía local de profesión, desarrolla su cometido en la categoría de oficial en el municipio de Huesca, contando con más de 16 años de servicio y varias distinciones. A pesar de que su afán por la historia le viene desde pequeño, no fue hace mucho cuando se decidió a cursar estudios universitarios de Geografía e Historia en UNED y comenzar en el mundo de la divulgación a través de las redes sociales. Actualmente administra el blog elultimoromano.com así como páginas en Instagram y Facebook con el mismo nombre. Además, colabora con revistas, páginas, asociaciones, blogs relacionados con la divulgación histórica y es miembro de Divulgadores de la Historia.



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Bibliografía:

- MEMORIAS DE UN TAMBOR - 21 (PODCAST).

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