EL SAQUEO DE BARCELONA POR ALMANZOR.

 

En el año 985, Barcelona vivió uno de los episodios más trágicos de su historia medieval. Aquel verano, las tropas de Muhammad ibn Abi Amir, más conocido por la posteridad como Almanzor, arrasaron la ciudad en una de sus campañas más devastadoras. Barcelona, todavía un núcleo pequeño pero ya en crecimiento, sufrió una destrucción sin precedentes que marcó profundamente a sus habitantes y a la evolución política de los condados catalanes.




Almanzor, el hombre fuerte del Califato de Córdoba, había convertido la guerra en su principal instrumento de poder. Bajo su dirección, las llamadas aceifas, incursiones militares contra los reinos cristianos del norte, alcanzaron una magnitud nunca vista. No eran simples razzias de saqueo, sino operaciones perfectamente organizadas, con miles de soldados, una logística calculada y un objetivo político claro: debilitar a los adversarios y ensalzar la gloria del Califato. En esta dinámica, el condado de Barcelona se convirtió en una víctima propicia. Gobernado por Borrell II, contaba con murallas heredadas de época romana y visigoda, reforzadas por los condes, pero no estaba en condiciones de resistir a un ejército de la envergadura del que traía Almanzor.

La ofensiva comenzó en primavera, y a finales de junio las tropas cordobesas llegaron a las puertas de Barcelona. Tras unos días de resistencia desesperada, la ciudad sucumbió. El saqueo fue atroz: los soldados musulmanes entraron en masa, incendiaron edificios, destruyeron templos y masacraron a buena parte de la población. Los supervivientes no corrieron mejor suerte, pues muchos fueron capturados y conducidos hacia el sur, vendidos como esclavos o usados como moneda de intercambio. Entre los prisioneros se encontraba incluso la esposa del conde Borrell II, lo que demuestra hasta qué punto la catástrofe alcanzó a todos los estamentos de la sociedad.

El desastre dejó a Barcelona sumida en la ruina. No solo fueron pérdidas materiales, sino también culturales y humanas. Monasterios, que custodiaban documentos, reliquias y códices, fueron arrasados, dejando un vacío en la memoria escrita de la región. Durante décadas, la ciudad tardó en recuperarse de semejante golpe. Pero lo ocurrido en 985 tuvo consecuencias que trascendieron lo inmediato: Borrell II, impotente, pidió ayuda a su supuesto señor natural, el emperador Otón II del Sacro Imperio, en busca de apoyo militar frente a Almanzor. Sin embargo, aquella ayuda nunca llegó, pues el emperador tenía sus propios problemas en Centroeuropa. La ausencia de respuesta selló de hecho la ruptura con el poder franco y marcó el inicio de la independencia de facto de los condados catalanes, que ya no volverían a mirar hacia el norte en busca de protección, sino que seguirían su propio camino.




El recuerdo del saqueo permaneció vivo en la memoria de los barceloneses y de toda Cataluña. Fue una tragedia, pero también una llamada de atención sobre la fragilidad de sus defensas y la necesidad de reforzarlas. Sin embargo, la historia no terminó ahí. Décadas más tarde, tras la muerte de Almanzor en 1002 y la progresiva descomposición del Califato de Córdoba, los condados catalanes aprovecharon la situación para ajustar cuentas. En el año 1010, durante la llamada guerra civil cordobesa entre las distintas facciones musulmanas, los ejércitos de los condados, junto con tropas leonesas y castellanas, participaron en una ofensiva que llegó hasta el corazón de Al-Ándalus. En esa expedición, los catalanes, deseosos de vengar la afrenta de 985, llegaron incluso a las mismas puertas de Córdoba. Aquella campaña, aunque motivada por las luchas internas del islam andalusí, fue vista en los condados como una reparación moral: la demostración de que, con el Califato debilitado, era posible golpear allí donde antes parecía intocable.

De esta forma, el saqueo de Barcelona por Almanzor y el posterior contraataque catalán forman parte de un mismo hilo histórico. Por un lado, la catástrofe del 985 puso en evidencia la vulnerabilidad de los condados frente al poder cordobés y provocó su desvinculación definitiva de la órbita carolingia; por otro, las incursiones posteriores hacia el sur simbolizaron un giro en el equilibrio de fuerzas, preludio de la lenta pero firme expansión que, con los siglos, llevaría a los reinos cristianos a recuperar el control de la península.

El saqueo de 985 fue, en definitiva, uno de esos episodios que marcan un antes y un después. Destruyó a una ciudad, humilló a su nobleza y dejó cicatrices imborrables, pero también abrió el camino hacia una nueva etapa, en la que los condados catalanes, ya sin depender de emperadores extranjeros, empezaron a forjar su propia identidad política. Y el hecho de que pocos años después sus ejércitos pudieran marchar hasta Córdoba demuestra que la historia, a veces, se mueve en ciclos de venganza y reparación.


JOSÉ ANTONIO OLMOS GRACIA.


Policía local de profesión, desarrolla su cometido en la categoría de oficial en el municipio de Huesca, contando con más de 16 años de servicio y varias distinciones. A pesar de que su afán por la historia le viene desde pequeño, no fue hace mucho cuando se decidió a cursar estudios universitarios de Geografía e Historia en UNED y comenzar en el mundo de la divulgación a través de las redes sociales. Actualmente administra el blog elultimoromano.com así como páginas en Instagram y Facebook con el mismo nombre. Además, colabora con revistas, páginas, asociaciones, blogs relacionados con la divulgación histórica y es miembro de Divulgadores de la Historia.



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Bibliografía:

- MEMORIAS DE UN TAMBOR - 20 (PODCAST).

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