BATALLA DE POITIERS.

 


 


 


 

ANTECEDENTES.

Tras un rápido avance por el norte de África el recién creado Imperio Musulmán bajo la dinastía Omeya llega a España en el 711 tras cruzar el estrecho. Tariq Ibn Ziyad, lugarteniente del gobernador de Ifriqiya se planta en Gibraltar con unos 7000 hombres aprovechando los conflictos internos del reino visigodo. Ese mismo año vence a las tropas del rey Rodrigo en Guadalete, iniciando una rápida conquista de la península, la cual tiene ya en su poder unos 9 años después. No se detuvieron aquí y tras asentarse, cruzaron los Pirineos y conquistaron la Septimania, estableciendo su capital en Narbona y realizando numerosas razias en el ducado de Aquitania, tanto que el duque Odón decidió aliarse en el 730 con Uthman Ibn Naissa (Munuza para los francos), gobernador de los territorios musulmanes en Francia, dando a su hija en matrimonio a este y poniendo fin a las escaramuzas. Sin embargo, una revuelta de Uthman contra el valí de Al-Ándalus al Gafiqi, provocó que éste  último enviara un ejército que, tras derrotarlo, fue enviado contra su aliado el duque Odón, que también fue vencido en la batalla de Garona, tras lo cual las tropas musulmanas saquearon Burdeos y provocaron una importante matanza de cristianos. 




Ante el avance imparable del enemigo, Odón decidió solicitar ayuda a los francos, que por entonces estaban gobernados por un mayordomo de palacio, Carlos Martel, apodado así por sus victorias contra frisones, alamanes, provenzales y borgoñones. Carlos obligó a Odón a prestar juramento de vasallaje a cambio de la ayuda y a este no le quedó otra que aceptar. Ya en el 732, un ejército musulmán se había adentrado en territorio francés dejando atrás las líneas de suministros, por lo que Carlos preparó un potente ejército con el que partió a su encuentro. Sus tropas estaban formadas mayormente por infantería, en contra de los musulmanes cuyos soldados eran preeminentemente de caballería, que algunos historiadores cifran como superiores en numero a las francas. Ambas características podrían dar a entender una victoria fácil, pero los francos tendrían dos factores externos a su favor: el terreno y la larga línea de suministros del móvil ejercito islámico que se había adentrado demasiado en territorio enemigo. A estos factores, habría que sumar la brillante mente táctica de Carlos Martel, que dispondría a sus tropas como un muro para frenar en seco al enemigo, tras lo cual les ofrecería una desagradable sorpresa.

 

LA BATALLA.

 

El ejército franco se estableció en una posición defensiva esperando a  los árabes en su avance hacia Tours al abrigo de los densos bosques y los ríos Clain y Viena que protegían sus flancos. Por su parte, al Gafiqi, que llevaba varios meses saqueando a sus anchas, se percató rápidamente de que la única manera de enfrentar al ejército enemigo iba a ser mediante ataques frontales debido a su estratégica localización, por que que sabiamente, saberdor de que una retirada podía ser complicada debido a la lejanía de la línea de suministros, el angosto camino de vuelta, y la guarnición franca en la ciudad de Poitiers , la cual no había podido tomar, decidió enrocarse también y plantar un campamento fortificado al amparo de las colinas. Al Gafiqi intentó sin éxito provocar a los francos enviando avanzadillas de arqueros a hostigarlos, fingiendo retiradas con el fin de envalentonarlos y hacer que abandonaran su posición. Pero estos no tenían ninguna intención de moverse, el ejercito franco se hallaba en una inmejorable posición, sus primeras filas estaban formadas por lo mejor de sus tropas, que formaban un muro de escudos y lanzas, tras los que se desplegaban las tropas de inferior rango, los arqueros y honderos y la caballería. Ocho días pasaron unos intentando desalojar y otros enrocados en su posición defensiva hasta que al Gafiqi se decidió a atacar. Envió a sus 3 divisiones de lanceros que fueron repelidas, pero tras su huida, no se produjo ninguna persecución; el muro franco seguía en su posición. Se sucedieron las cargas de árabes con su temida caballería contra el muro de lanzas y escudos, que aguantaba las posiciones y cuando empezaba a flaquear, la caballería franca salía a su rescate para volver al abrigo de los bosques a esperar de nuevo. 

El día avanzaba y los muertos empezaban a amontonarse en la línea de batalla. En la tarde, los francos, viendo que sus líneas permanecían en su sitio carga tras carga, enviaron a su caballería formada por aquitanos y vascones, atravesó los espesos bosques sin ser detectados por los musulmanes y sorpresivamente aparecieron en la retaguardia enemiga, ascendieron la colina, y atacaron el campamento enemigo donde se guarecían las familias de los soldados y miles de cautivos cristianos. A pesar de no poder tomarlo, provocaron un terrible caos, incendiando y matando por doquier. El cebo se había lanzado y los musulmanes picaron. Gran parte del ejercito que se encontraba en la batalla, al ver el humo y los gritos procedentes de su campamento, se apresuraron a retirarse hacia el mismo para salvar sus familias y riquezas, dejando solo a los soldados más profesionales en el frente. Era lo que Carlos Martel esperaba, ordenó a sus soldados avanzar en bloque y aunque los árabes cerraron filas y ofrecieron una gran resistencia, la apisonadora les pasó por encima al no poder contar con las tropas auxiliares que habían abandonado la batalla. Al lento pero inexorable avance de la infantería se unió la caballería tras volver del campamento enemigo. El ejército franco había empujado a lo que quedaba de las filas musulmanas hasta su propio campamento, que si ya se encontraba en un estado de caos, la muerte de su general, al Gafiqi tras ser alcanzado en el pecho por un venablo, acabó con las pocas esperanzas musulmanas. Por suerte para estos la noche se echó encima y encumbro la muerte de al Gafiqi, además de azuzar las sospechas de Carlos por un posible contraataque árabe al abrigo de la oscuridad, por lo que decidió retroceder y reorganizar su ejército, dejando la finalización de la matanza para el siguiente día. Los árabes, con su valí muerto, su campamento destrozado y con numerosas bajas, decidió abandonar el campamento en mitad de la noche para evitar el descalabro al día siguiente. Los sueños de anexionar una nueva provincia para el Califato de Damasco se perdían junto a todos sus pertrechos, tiendas, botín y esclavos.




 

CONSECUENCIAS

 

Los restos del ejército musulmán consiguió cruzar los Pirineos, pero el interés de los musulmanes en expandirse hacia el norte cesaron. Carlos Martel prosiguió su campaña en años posteriores logrando desalojar a los árabes del sur de Francia, derrotándolos en las batallas de Berre y Narbona, aunque éstos conservarían Narbona y Septimania 27 años más a través de acuerdos con la población local, que en esos tiempos aun conservaba habitantes visigodos. Carlos adquirió una fama legendaria, consiguiendo afianzar su cargo como el más poderoso del reino ya que pesar de que aun seguía en el trono un rey merovingio, prácticamente solo lo hacia a efectos figurativos, ostentando todo el poder el mayordomo de palacio, poniendo las bases de la futura dinastía carolingia que se apoderaría del poder con su hijo Pipino el Breve tras desalojar al último rey merovingio Childerico III con el beneplácito papal. También hay que destacar la consecuencia de la batalla en el plano social, pues para pagar a los nobles que acudieron a la llamada de las armas, Carlos les otorgó en beneficio tierras de la iglesia, que aunque las mantendrían nominalmente, sentó las bases del feudalismo en Europa creando una red clientelar de nobles a los que se les otorgaba en usufructo las tierras ya mencionadas o propias de la corona. Tanto cronistas contemporáneos, como historiadores modernos, opinan que si la batalla se hubiese decantado del lado islámico, Europa podría haber sido conquistada con facilidad por un imperio en plena ola expansiva con una Europa dividida en pequeños estados. Las flotas musulmanas podrían haber navegado sin oposición hacia el Atlántico y haber atacado las Islas Británicas. El Imperio romano de Oriente podría haberse visto rodeado por un único enemigo y la cristianización que se dio posteriormente en los pueblos germánicos, eslavos, magiares  o búlgaros, podría haberse convertido en una islamización. Sin embargo, otros historiadores, sin quitar importancia al acontecimiento, rebajan las posibles consecuencias de una teórica derrota al hecho de que el empuje musulmán había ido frenándose poco a poco y a que la dinastía Omeya, que centralizaba el poder por entonces, cayo solo 18 años después instalándose una nueva, la abasí, momento en el que empezaron a sucederse serias revueltas a lo largo de un vasto imperio creado en muy poco tiempo, en el que la consolidación religiosa, civil y administrativa todavía no era total, y en el que para el gobierno efectivo del mismo, los abasíes tuvieron que descentralizar el poder en los territorios más alejados, siendo el germen de una futura fragmentación. Aun hay una última corriente de historiadores que defienden que Carlos simplemente se enfrentó a un ejército que se había adentrado con el fin de obtener botín, ya que los francos ya habían enfrentado a alguna razia musulmana con las mismas intenciones y estas prosiguieron después de que Pipino desalojara a los musulmanes de Francia o incluso después de que Carlomagno creara la Marca hispánica al otro lado de los pirineos.

 

 JOSÉ ANTONIO OLMOS GRACIA.


Policía local de profesión, desarrolla su cometido en la categoría de oficial en el municipio de Huesca, contando con más de 16 años de servicio y varias distinciones. A pesar de que su afán por la historia le viene desde pequeño, no fue hace mucho cuando se decidió a cursar estudios universitarios de Geografía e Historia en UNED y comenzar en el mundo de la divulgación a través de las redes sociales. Actualmente administra el blog elultimoromano.com así como páginas en Instagram y Facebook con el mismo nombre. Además, colabora con revistas, páginas, asociaciones, blogs relacionados con la divulgación histórica y es miembro de Divulgadores de la Historia.



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Bibliografía:

 

Historia Medieval. Ana Echevarría Arsuaga y Esteban Donado Vara. Ed. Universitaria Ramón Areces.

·     Soto Chica, J. (2019): Imperios y bárbaros. La guerra en la Edad OscuraMadrid: Desperta Ferro Ediciones.




 

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