LA PÉRDIDA DE EGIPTO: EL GOLPE MORTAL QUE EL IMPERIO ROMANO DE ORIENTE NUNCA PUDO REVERTIR.

 




En el umbral del siglo VII, el Imperio Romano de Oriente se encontraba todavía tambaleante tras haber sobrevivido a una de las guerras más devastadoras de la historia tardoantigua: la contienda contra el Imperio Sasánida, que había consumido décadas de recursos, vidas y estabilidad. Aunque el emperador Heraclio había logrado una sorprendente recuperación militar y política, el precio pagado había sido descomunal. Las provincias orientales, exhaustas, resentidas y en muchos casos empobrecidas, eran ahora más vulnerables que nunca. Egipto, durante siglos uno de los pilares fundamentales del poder romano en Oriente, sería pronto el escenario de una de las pérdidas más dramáticas de su historia.

En el año 639, las arenas del desierto comenzaron a retumbar con el paso decidido de las tropas musulmanas dirigidas por ʿAmr ibn al-ʿĀṣ. Este general árabe, astuto y experimentado, había combatido en las campañas contra los persas y había sido parte fundamental en la conquista de Siria. Su siguiente objetivo era claro: Egipto, una tierra fértil y estratégica, deseada no solo por su riqueza agrícola sino por su posición crucial entre África y Asia. Bajo la autoridad del califa ʿUmar ibn al-Jattāb, ʿAmr lideró un contingente inicial de alrededor de cuatro mil hombres, cifra que aumentó con refuerzos a medida que avanzaba la campaña. En pocos meses, el ejército islámico se adentró en el corazón del delta del Nilo.


EXPANSIÓN DEL ISLAM POR ARABIA
EXPANSIÓN MUSLMANA DE MAHOMA.


La situación interna en Egipto no podía ser peor para el Imperio Romano de Oriente. Aunque nominalmente era una provincia leal al emperador, el dominio imperial se había vuelto opresivo para buena parte de la población local. La imposición del credo ortodoxo sobre la mayoría de cristianos coptos, monofisitas en su doctrina, había sembrado décadas de resentimiento. Las persecuciones religiosas, los impuestos exorbitantes y la lejanía del gobierno central favorecieron que parte de la población egipcia viera en los musulmanes una alternativa más tolerante, o al menos una oportunidad para librarse del yugo romano oriental.

Las fuerzas imperiales en Egipto eran escasas, dispersas y dirigidas con poca coordinación. El comandante romano, Teodoro, hermano del emperador Heraclio, intentó organizar una defensa desde la fortaleza de Babilonia, una posición militar vital cerca del actual Cairo. Sin embargo, el asedio musulmán demostró una disciplina táctica notable, con un control cada vez más eficaz del Nilo, de los accesos terrestres y de los recursos de la región. La caída de Babilonia marcó un punto de inflexión. No solo se abría el camino hacia Alejandría, sino que se evidenciaba que la resistencia del Imperio Romano de Oriente se estaba desintegrando rápidamente.

Mientras tanto, en Constantinopla, Heraclio se encontraba en los últimos años de su vida, físicamente debilitado y mentalmente derrotado por la imparable expansión árabe. No pudo responder con refuerzos ni con estrategias efectivas. Egipto quedaba abandonado a su suerte. A medida que las ciudades caían, muchas sin apenas combate, la autoridad imperial se desvanecía como un fantasma del pasado.

Alejandría, sin embargo, se resistió con fiereza. Antigua capital de la cultura helenística, bastión intelectual y económico, y símbolo de la herencia grecorromana en África, se convirtió en el último reducto del Imperio Romano de Oriente en la región. El asedio se prolongó durante meses. Las murallas, los puertos y los templos de la ciudad fueron testigos de un enfrentamiento titánico entre dos mundos: el que agonizaba, representado por el imperio cristiano ortodoxo, y el que emergía con vigor arrollador, encarnado por el islam. Finalmente, en septiembre del año 641, Alejandría capituló. Lo hizo mediante una negociación pactada que permitió a los oficiales y ciudadanos imperiales retirarse con cierta dignidad. Pero la ciudad, al igual que toda la región, cambiaba de manos. Y no volvería a pertenecer jamás al mundo romano oriental.


CONQUISTA MUSULMANA DE EGIPTO.


La pérdida de Egipto supuso una tragedia de dimensiones incalculables para el Imperio Romano de Oriente. No solo por los recursos agrícolas que proporcionaba, sino por su importancia geoestratégica. Egipto era el corazón económico del oriente romano. Sus campos de trigo alimentaban a la capital, su puerto conectaba el Mediterráneo con el Mar Rojo, y su población, aún numerosa, constituía un valioso reservorio de impuestos y soldados. Sin él, el imperio perdía su capacidad para proyectar poder hacia África, Asia e incluso el propio Mediterráneo oriental.

Pero el desastre no fue solo material. Fue también simbólico. Egipto había sido una parte esencial del mundo romano desde la conquista de Augusto. Durante casi siete siglos, formó parte de una red cultural, económica y religiosa que mantenía unida la ecúmena grecorromana. Con su pérdida, se cerraba definitivamente una era. Egipto se integraría rápidamente en la estructura del Califato Rashidun, y posteriormente en el Omeya y el Abasí. Las mezquitas reemplazarían a las iglesias como centros de poder, el árabe sustituiría progresivamente al griego y al copto como lengua administrativa, y el islam se consolidaría como la nueva religión dominante en el país.

A pesar de algunos intentos puntuales de reconquista, ninguno tuvo éxito duradero. En el año 645, el Imperio Romano de Oriente logró retomar brevemente Alejandría, pero pronto fue expulsado de nuevo. Desde entonces, su frontera sur se consolidó lejos del delta del Nilo. Los emperadores posteriores comprendieron que Egipto se había perdido irremediablemente, y que el foco de resistencia debía trasladarse hacia Asia Menor y los Balcanes.

La caída de Egipto no fue un simple episodio más de la expansión musulmana. Fue un terremoto geopolítico que transformó para siempre el equilibrio de poder en el Mediterráneo. Supuso el fin de la hegemonía romana oriental en Oriente y la definitiva fractura del mundo romano tardío. A partir de entonces, el imperio se vería forzado a redefinirse en términos defensivos, adaptándose a una nueva realidad en la que ya no podía aspirar a ser el heredero universal de Roma, sino apenas el custodio de lo que quedaba de ella en Anatolia.

Egipto, que había sido durante siglos uno de los más sólidos bastiones de Roma en África, pasó a formar parte del universo islámico. Y el Imperio Romano de Oriente, mutilado y debilitado, iniciaba una lenta pero tenaz supervivencia. Alejado ya de su pasado imperial, se convertiría en un bastión ortodoxo que resistiría durante siglos frente a un mundo cada vez más hostil.


JOSÉ ANTONIO OLMOS GRACIA.


Policía local de profesión, desarrolla su cometido en la categoría de oficial en el municipio de Huesca, contando con más de 16 años de servicio y varias distinciones. A pesar de que su afán por la historia le viene desde pequeño, no fue hace mucho cuando se decidió a cursar estudios universitarios de Geografía e Historia en UNED y comenzar en el mundo de la divulgación a través de las redes sociales. Actualmente administra el blog elultimoromano.com así como páginas en Instagram y Facebook con el mismo nombre. Además, colabora con revistas, páginas, asociaciones, blogs relacionados con la divulgación histórica y es miembro de Divulgadores de la Historia.



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Bibliografía:




Historia Medieval (Siglos V-XII) Editorial Universitaria Ramón Arcés. J. Donado Vara, A. Echevarría Arsuaga.

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