LAS REVOLUCIONES RUSAS DE 1917.
En el transcurso del año 1917, Rusia vivió una transformación política, social y económica que reconfiguró no solo su destino nacional, sino el del mundo entero. Las dos revoluciones que sacudieron al coloso eslavo —la de febrero y la de octubre— pusieron fin a más de tres siglos de autocracia zarista y abrieron el camino al comunismo, una ideología que, desde entonces, marcaría de manera indeleble el siglo XX.
Vladímir Ilich Uliánov. LENIN. |
Para entender por qué Rusia se convirtió en el epicentro de una revolución tan profunda, es necesario remontarse al estado del Imperio Ruso a inicios del siglo XX. Gobernado por el zar Nicolás II, el último de la dinastía Romanov, el país era una amalgama contradictoria: una potencia imperial en expansión territorial, pero anclada en un sistema político arcaico y una economía atrasada. Mientras Europa Occidental avanzaba hacia formas de gobierno parlamentario y liberalismo económico, Rusia mantenía una estructura feudal camuflada bajo una tenue modernización. El campesinado, que representaba cerca del 80 % de la población, vivía en la miseria; el desarrollo industrial era reciente, desorganizado y concentrado en unas pocas ciudades; y las libertades políticas eran prácticamente inexistentes.
La autocracia zarista no solo era opresiva, sino también ineficaz. Nicolás II, profundamente conservador, se negaba a realizar reformas estructurales. Su desconfianza hacia las instituciones representativas, como la Duma, y su dependencia de consejeros incompetentes o directamente sospechosos —como el místico Rasputín— alimentaban la percepción de un régimen decadente y desconectado de la realidad. Las reformas de su abuelo Alejandro II, como la emancipación de los siervos, se habían revelado superficiales, y el fracaso de Rusia en la guerra contra Japón en 1905 ya había provocado una primera oleada revolucionaria. Aunque aquella revuelta fue contenida, el resentimiento permanecía latente.
IMPERIO RUSO. MAPA DE EOM. |
Cuando estalló la Primera Guerra Mundial en 1914, el imperio ruso se embarcó en una contienda para la que ni su ejército ni su economía estaban preparados. Las derrotas militares fueron humillantes, y la incompetencia del alto mando, agravada por la decisión del zar de ponerse él mismo al frente del ejército, dejó al país sin liderazgo efectivo en la capital. En la retaguardia, la situación era crítica: la inflación descontrolada, la falta de alimentos y combustible, el colapso del transporte ferroviario y el desabastecimiento generalizado agudizaban el malestar popular. Las ciudades, sobre todo Petrogrado (antiguamente San Petersburgo), se convirtieron en calderas a punto de estallar.
En febrero de 1917, una serie de huelgas espontáneas en Petrogrado, iniciadas en fábricas textiles y protagonizadas en gran medida por mujeres, coincidieron con el Día Internacional de la Mujer. En cuestión de días, esas protestas se convirtieron en una movilización masiva que paralizó la ciudad. El ejército, lejos de reprimir a los manifestantes, comenzó a fraternizar con ellos. Algunos regimientos desertaron o directamente se sumaron a las protestas. Sin fuerzas leales suficientes y ante la presión de la Duma, Nicolás II se vio obligado a abdicar el 2 de marzo de 1917. Por primera vez desde el siglo XVII, Rusia dejaba de ser una monarquía.
Con la abdicación del zar, se constituyó un Gobierno Provisional integrado por figuras del liberalismo moderado y el socialismo reformista. Entre ellos destacaba Aleksandr Kérenski, quien más tarde se convertiría en el rostro visible de esta etapa de transición. Sin embargo, desde el primer momento, este nuevo gobierno nacía debilitado. No surgía de una revolución liderada desde arriba, sino de un vacío de poder que estaba siendo ocupado por otras fuerzas: los soviets, consejos de obreros y soldados organizados de forma espontánea en múltiples ciudades, pero sobre todo en Petrogrado, donde su influencia era decisiva.
ALEXANDER KERENSKI. |
Desde marzo hasta octubre de 1917, Rusia vivió en un estado de dualidad política. El Gobierno Provisional intentaba encauzar una transición democrática, manteniendo la participación rusa en la guerra y retrasando las reformas más radicales hasta la convocatoria de una Asamblea Constituyente. Por otro lado, los soviets, cada vez más controlados por los bolcheviques, defendían una agenda completamente distinta: poner fin inmediato a la guerra, entregar la tierra a los campesinos, socializar la economía y transferir el poder político a los consejos obreros.
Fue en ese contexto de desgobierno e incertidumbre que Vladímir Ilich Uliánov, más conocido como Lenin, regresó a Rusia en abril de 1917. Lo hizo con ayuda del Imperio Alemán, que veía en el líder bolchevique una herramienta útil para desestabilizar al enemigo oriental. A su llegada, Lenin lanzó sus famosas Tesis de Abril, en las que criticaba al Gobierno Provisional como una extensión burguesa del antiguo régimen y proponía una ruptura total con el orden existente. Su mensaje, inicialmente considerado radical incluso entre sus aliados, comenzó a ganar fuerza a medida que el descontento social se profundizaba.
Durante el verano de 1917, la popularidad del Gobierno Provisional decayó rápidamente. La ofensiva militar del mes de julio fue un fracaso; los campesinos comenzaron a ocupar tierras sin autorización legal; las fábricas sufrían huelgas constantes y sabotajes; y los nacionalismos periféricos (en Ucrania, Georgia, Finlandia) desafiaban la unidad del Estado. En medio de esta crisis, los bolcheviques ganaron terreno en los soviets urbanos. El Soviet de Petrogrado, bajo la influencia de figuras como León Trotski, se convirtió en un verdadero poder alternativo.
PÉRDIDAS TERRITORIALES DE RUSIA EN LA I GUERRA MUNDIAL. |
La revolución de octubre fue, en términos militares, un golpe de Estado relativamente incruento, pero su impacto político fue colosal. En la noche del 25 al 26 de octubre (7-8 de noviembre según el calendario gregoriano), unidades de la Guardia Roja —una milicia obrera armada— tomaron puntos estratégicos de Petrogrado y asaltaron el Palacio de Invierno, sede del Gobierno Provisional. Kérenski huyó. El poder pasaba formalmente al Congreso de los Soviets, donde los bolcheviques contaban ya con una mayoría sustancial. Lenin anunció el nacimiento de un nuevo gobierno: el Consejo de Comisarios del Pueblo, liderado por él mismo.
En cuestión de días, el nuevo régimen abolió la propiedad privada de la tierra, decretó la salida inmediata de la guerra y comenzó la nacionalización de la banca y la industria. La Asamblea Constituyente, elegida en noviembre pero dominada por los socialistas moderados del Partido Socialista Revolucionario, fue disuelta a la fuerza por los bolcheviques en enero de 1918. La democracia rusa había sido liquidada antes de nacer.
Aquel fue solo el comienzo. Entre 1918 y 1921, Rusia se sumió en una cruenta guerra civil entre el Ejército Rojo, dirigido por Trotski, y el Ejército Blanco, una amalgama de fuerzas monárquicas, liberales, nacionalistas y grupos apoyados por potencias extranjeras como Francia, el Reino Unido, Japón y Estados Unidos. En paralelo, movimientos anarquistas, nacionalistas no rusos e incluso antiguos aliados revolucionarios luchaban por su propia visión de futuro. En ese contexto, los bolcheviques instauraron un régimen de terror, legitimado por la Cheka (policía política), y adoptaron el llamado “Comunismo de Guerra”: requisas forzadas de alimentos, militarización del trabajo y una economía totalmente centralizada.
El coste humano fue gigantesco. Se calcula que la guerra civil dejó entre 7 y 12 millones de muertos, muchos por hambre o enfermedades. En 1921, tras aplastar los últimos focos de resistencia (incluida la rebelión de Kronstadt, protagonizada por antiguos aliados marinos), los bolcheviques se alzaron con la victoria definitiva. Ese mismo año, Lenin, debilitado físicamente, impulsó una breve liberalización económica conocida como la NEP (Nueva Política Económica), que permitió cierta recuperación. En 1922, se proclamó oficialmente la creación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
MAPA DE LA FUNDACIÓN DE LA URSS. |
Las Revoluciones Rusas de 1917 marcaron el comienzo de una nueva era. Por primera vez, un partido marxista llegaba al poder y transformaba profundamente las estructuras del Estado, la economía, la cultura y la vida cotidiana. También inauguraron una forma inédita de dictadura: un poder totalitario surgido de una revolución popular, pero consolidado a través de la represión masiva, el control ideológico y la planificación autoritaria. El modelo soviético sería imitado, adaptado y combatido durante décadas en todos los rincones del mundo.
Lo que comenzó como una protesta obrera por el pan y el fin de la guerra terminó con la fundación de uno de los Estados más influyentes —y temidos— del siglo XX. Desde las heladas calles de Petrogrado hasta los campos de batalla de la guerra civil, Rusia vivió en 1917 una transformación sin precedentes. Una revolución que, lejos de concluir con la toma del poder, fue apenas el primer acto de una tragedia monumental y fascinante que seguiría escribiéndose durante todo el siglo.
Policía local de profesión, desarrolla su cometido en la categoría de oficial en el municipio de Huesca, contando con más de 16 años de servicio y varias distinciones. A pesar de que su afán por la historia le viene desde pequeño, no fue hace mucho cuando se decidió a cursar estudios universitarios de Geografía e Historia en UNED y comenzar en el mundo de la divulgación a través de las redes sociales. Actualmente administra el blog elultimoromano.com así como páginas en Instagram y Facebook con el mismo nombre. Además, colabora con revistas, páginas, asociaciones, blogs relacionados con la divulgación histórica y es miembro de Divulgadores de la Historia.
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Bibliografía:
Hipólito de la TORRE. (coord.), Alicia ALTED, Rosa PARDO, Ángel HERRERÍN, Juan Carlos JIMÉNEZ y Alejandro VALDIVIESO: Historia Contemporánea II (1914-1989), Madrid, Editorial Universitaria Ramón Areces, 2019.
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