JUAN DE BOHEMIA: EL REY CIEGO QUE COMANDÓ UNA CARGA DE CABALLERÍA.
En el atardecer de la Edad Media, cuando las glorias caballerescas comenzaban a ceder ante nuevas formas de guerra, un acto de heroísmo y tragedia brilló con la intensidad de una estrella fugaz. Fue en el año 1346, en el campo de Crécy, donde un rey ciego cabalgó hacia su última batalla, recordándonos que la verdadera visión no está en los ojos, sino en el corazón.
JUAN I DE BOHEMIA. |
Juan de Luxemburgo, conocido también como Juan de Bohemia, era un monarca de prestigio y de espíritu combativo. Hijo del emperador Enrique VII del Sacro Imperio Romano Germánico, Juan había conocido el esplendor de la corte, las intrigas políticas y los combates caballerescos. Gobernó sobre Bohemia con habilidad, expandió su influencia en Europa central y se ganó fama como uno de los grandes señores de su tiempo. Sin embargo, el destino, en forma de una enfermedad ocular —posiblemente glaucoma o un desprendimiento de retina mal atendido—, lo dejó ciego varios años antes de los acontecimientos en Crécy. Pero ni la oscuridad ni la edad apagaron su ardor guerrero.
La Batalla de Crécy, parte de la interminable Guerra de los Cien Años entre Inglaterra y Francia, sería el escenario donde Juan demostraría que el espíritu caballeresco no necesitaba de la vista para brillar. Aquel día, el ejército francés, abrumador en número y gloria, se lanzó sobre las posiciones inglesas, confiando en su caballería pesada para aplastar a un enemigo teóricamente inferior. Miles de caballeros, con armaduras relucientes y monturas de guerra, cargaron con la fuerza de una marea. Sin embargo, se estrellaron una y otra vez contra una muralla invisible: el arco largo inglés, el gran igualador.
MURO DE ARQUEROS INGLESES. |
Los arqueros ingleses, hábiles y organizados, disparaban en nubes mortales que diezmaban los caballos, formándose melés gracias a los caídos y al barro del campo de batalla. Crécy fue una masacre. La nobleza francesa, acostumbrada a la victoria cuerpo a cuerpo, se vio impotente frente a una técnica de guerra que no respetaba linaje ni coraje. Era el principio del fin para el caballero medieval como señor indiscutido del campo de batalla.
FLECHAS INGLESAS IMPACTANDO EN LA CABALLERÍA FRANCESA. |
En medio de ese desastre, Juan de Bohemia pidió noticias del combate. Al enterarse de que las cosas iban mal para sus aliados franceses, tomó una decisión que inmortalizaría su nombre. Sin poder ver, ordenó a sus hombres de confianza que ataran las riendas de su caballo a las suyas, formando una pequeña falange humana guiada por la fe y el honor. Sin vacilar, cabalgaron hacia el enemigo, lanzándose a una última carga desesperada.
Fue una visión sobrecogedora: un rey anciano y ciego, marchando recto hacia la muerte, no por ambición, no por estrategia, sino por el peso sagrado de su palabra. Juan no luchaba por una victoria que ya sabía imposible; luchaba para ser fiel a su propio código, a un mundo que sentía desmoronarse bajo sus pies.
JUAN DE BOHEMIA CARGANDO ATADO A SU ESCOLTA. |
Cuando terminó la batalla, entre los cuerpos apilados en el barro y la sangre, encontraron a Juan y sus caballeros, aún unidos por las riendas, caídos juntos como un solo ser. Un acto de hermandad y sacrificio tan poderoso que incluso sus enemigos se inclinaron ante él.
Eduardo III de Inglaterra, el vencedor de Crécy, quedó profundamente conmovido por la noticia. Ordenó que el cuerpo de Juan fuera tratado con todos los honores debidos a un rey y un héroe. No era un simple enemigo caído: era un símbolo del espíritu que, aunque derrotado en el campo de batalla, nunca podría ser vencido en el alma.
La muerte de Juan de Bohemia fue más que una anécdota trágica. Fue el canto del cisne de la caballería medieval, el último estandarte de un tiempo donde el honor era más valioso que la vida misma. La Batalla de Crécy selló también una lección dolorosa: el arco largo, la táctica, y la disciplina estaban reemplazando la bravura individual y la fuerza bruta. El mundo había cambiado.
Sin embargo, mientras existan hombres y mujeres que crean en algo más grande que ellos mismos, mientras haya quienes cabalguen hacia lo imposible movidos solo por la fe y la lealtad, Juan de Bohemia seguirá cabalgando entre nosotros.
No vio Crécy. Pero nos enseñó a todos a mirar más allá de la derrota y encontrar en el sacrificio la auténtica victoria.
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Bibliografía:
Histocast 233.
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