LA BATALLA DEL SALADO.
LA ÚLTIMA GRAN AMENAZA EN LA RECONQUISTA.
Comenzaremos esta historia en 1212, cuando un ejército combinado de los reyes de Navarra, Castilla y Aragón, vence a los almohades, tribu bereber que por entonces controlaban el Magreb y la parte musulmana de la Península Ibérica. Con esta derrota, el Imperio Almohade se desmorona en unos pocos años. En España, dará lugar al tercer periodo de taifas y en el norte de África, serán sustituidos por otra dinastía bereber: los Banu Marín, que serían conocidos como los benimerines o meriníes.
Esta tribu, para el 1269, ya había conseguido dominar todas las tribus del Magreb, estableciendo un sólido estado centralizado en forma de sultanato, con una hacienda, administración y ejércitos eficientes.
Una vez controladas las posesiones africanas, los meriníes pusieron sus ojos en los territorios peninsulares, cuyas taifas, desintegradas tras la caída almohade, ya habían sido anexionadas bien por los reinos cristianos, bien por el reino nazarí de Granada, que empezaba a ser un importante poder a tener en cuenta, aunque rodeado de enemigos cristianos en superioridad. Por eso, después de la llamada de auxilio de los nazaríes, los meriníes pasarían el estrecho y a partir de 1275 comenzarían una serie de campañas e invasiones que lograrían conquistar plazas y territorios del sur peninsular tanto a cristianos como nazaríes.
En 1294, en alianza con el reino de Granada y el hermano rebelde del monarca castellano Sancho IV, el infante don Juan, los meriníes sitiaron la ciudad de Tarifa, que por entonces se consideraba la puerta hacia la península y había sido conquistada solo 2 años atrás. Alfonso Pérez de Guzmán, señor de San Lucar de Barrameda, resistió heroicamente, haciendo fracasar el sitio. Según cuenta la leyenda, cuando los enemigos apresaron a su hijo y le ofrecieron su vida por la ciudad, este les lanzó una daga y les conminó a ejecutarlo con ella.
Las hostilidades se fueron prolongando hasta bien entrado el siguiente siglo, cambiando varias plazas de manos como Gibraltar o Algeciras, mientras los meriníes iban fortaleciéndose. Para 1338, la poderosa flota de galeras meriní, asolaba las costas levantinas y apresaba barcos aragoneses, que veían como el sultán aumentaba su número, llegando a negociar incluso con genoveses el alquiler de más embarcaciones. Estos hechos, hacían pensar a los aragoneses en una invasión inminente del reino de Valencia por el hijo del sultán, Abu Malik, cuyo nombre infundía terror debido a su reputación de hábil guerrero. El año siguiente, Aragón firmó un acuerdo de defensa mutua con Castilla, en el que se acordaba la creación de una flota conjunta que defendiese el estrecho y además, la suerte sonreiría a los ibéricos, pues Abu Malik murió en batalla en Alcalá de los Gazules ante las tropas del maestre de Alcántara, Gonzalo Martínez de Oviedo, mientras lideraba una expedición en el sur de la península.
A pesar de esto, los cristianos seguían esperando una invasión norteafricana de Valencia, pero la muerte inesperada de su hijo, hizo que el sultán, Abu Hasán, fuese invadido por un deseo de venganza enorme, lo que le llevó a cambiar los planes e intentar la conquista total de la península por el estrecho. Un gran conflicto se estaba gestando y nadie era ajeno a ello, pues el propio Papa dictó la bula cruzada Exultamus in te en marzo de 1340.
EL SITIO DE TARIFA
Un poderoso ejército meriní cruzó el estrecho sin que la flota combinada pudiese hacer nada, pues meses antes, el almirante castellano Alonso Jofre Tenorio, se lanzó en una temeraria acción contra su homóloga meriní, que destrozó a la castellana privando de vigilancia el estrecho durante algo más de 7 meses, pues la reposición de los barcos perdidos requería un tiempo que los castellanos no tenían, por lo que tuvieron que afanarse en la construcción de una nueva. El ejército meriní tras acantonarse en Algeciras, puso rumbo a Tarifa, donde comenzó el asedio el 23 de septiembre de 1340.
El rey castellano, previendo de antemano que los musulmanes podrían intentar tomar Tarifa, la había abastecido de provisiones, vituallas y soldadesca necesaria para aguantar un asedio, llegando a conmutar penas a presos a cambio de su estancia en la ciudad. La alcaldía de la villa sería ejercida por Juan Alfonso de Benavides, que a pesar de no ser el noble de más rango, los demás aceptarían su liderazgo para el asedio.
El sitio comenzó con el establecimiento de las tropas musulmanas en el norte y este de la ciudad, pues en el sur las murallas llegaban hasta el mar y por el oeste se encontraba una amplia llanura susceptible de recibir ataques de los sitiados. Alfonso XI prohibió las escaramuzas, pues había enviado un ejército en socorro de la ciudad, pero como hemos podido comprobar en numerosas ocasiones de nuestra historia, la posibilidad de una encamisada en la que degollar unos cuantos enemigos no podía ser resistida por los hispanos, por lo que, desoyendo las órdenes reales, se realizaron varias salidas haciendo buen daño a los sitiadores, tanto que tuvieron que edificar un muro de piedra en la zona oeste y una zanga en la parte este para evitar más salidas de los sitiados. Y esto no fue el único inconveniente para los meriníes, pues el sultán, que había licenciado a la mayoría de su flota, confiado de su victoria y de que los castellanos no podrían reemplazar la suya, se vio sorprendido al observar una armada castellana en el estrecho, que había conseguido rearmar en un breve espacio de tiempo. A esto habría que añadir, que en el puerto de Cádiz se encontraba fondeada otra armada combinada de portugueses y genoveses, que tras la intervención papal habían rehusado servir al sultán.
Estas circunstancias obligaron al Abu Hasán a lanzar desesperados ataques a la ciudad con el fin de tomarla al asalto, encontrando una feroz resistencia que le hizo cambiar de planes y comenzar negociaciones con los sitiados, queya empezaban a encontrarse en situación precaria. Pero aquí, igual que en otras futuras empresas, la climatología jugó en contra de los castellanos, pues un fuerte temporal desbarató la flota castellana, siendo entendido por el sultán como una ayuda divina, por lo que rompió negociaciones y volvió al asalto de las murallas de Tarifa, aunque eso sí, con el mismo resultado anterior.
Asqueado de la situación, y al enterarse de que Alfonso XI acudía con un ejército a socorrer la ciudad, el sultán ordenó levantar el sitio y dirigirse al encuentro del castellano, dejando incomprensiblemente la ciudad libre de realizar salidas y volver a avituallarse.
LA BATALLA DEL SALADO.
Así llegamos al 30 de octubre de 1340, donde el ejército cristiano, formado por unos 22.000 hombres entre los que se encontraban unos 1.000 caballeros portugueses al mando del monarca portugués Alfonso IV, se encuentran con el ejército musulmán, que superaba en 1 a 3 las tropas cristianas, en las inmediaciones del rio Salado. Los meriníes eligieron el campo de batalla, y se asentaron por los cerros al otro lado del rio, lo que obligaría a los cristianos a llevar la ofensiva en el combate. Como era costumbre, el ejército musulmán se apoyaba en su caballería ligera, muy móvil, mientras que los cristianos en la pesada, con un poder de choque brutal. Alfonso decidió dividir en dos su ejército; por un lado, las tropas portuguesas reforzadas con unos 5.000 soldados castellanos, se enfrentarían a las tropas granadinas, pues el sultán también dispondría su ejército en dos bloques. El bloque principal cristiano comandado por el monarca castellano, formado por su vanguardia, retaguardia y alas clásicas, enfrentaría al ejercito meriní del sultán, que había plantado su campamento en un cerro tras su ejército para divisar mejor el campo de batalla y para en caso de derrota, poder huir a Algeciras. Hacia las 10 de la mañana, la vanguardia cristiana, cruzó el rio y tras unos primeros envites, cargó contra su homóloga meriní, que recibió una tremenda carga de la caballería pesada, a la que después se le unieron los infantes y peones.
Esto hizo que los musulmanes no pudiesen desarrollar su táctica preferida, el Tornafluye, consistente en fingir una huida para hacer que el enemigo estire sus líneas y contraatacar con la caballería ligera, para saetear y envolver al enemigo. Por ello la batalla se volvió encarnizada, más aún cuando una parte de la soldadesca castellana, decidió por su cuenta rodear el campo de batalla y dirigirse directamente al campamento meriní para saquearlo. Esto dejo al rey castellano, que aún no había cruzado el rio, algo desprotegido, lo que fue aprovechado por Abu Hasan, que envió un cuerpo de caballería con la intención de matarlo o capturarlo y a punto estuvo de ello, pues el monarca fue herido por una flecha, pero los cristianos se reagruparon en torno a él y tras rechazar la ofensiva, realizaron una nueva carga que ya fue imparable, pues se llegó a atravesar 5 líneas del ejercito enemigo. A esto hay que sumar que a los asaltantes del campamento del sultán se les unió la guarnición de Tarifa, que, tras más de un mes de duro asedio, realizó una nueva salida para atacar junto a los saqueadores la retaguardia del ejército musulmán, que tuvo que maniobrar para protegerse. Al haberse formado una línea de batalla bastante extensa, los oficiales del lado opuesto, al ver los pendones del otro flanco maniobrar para proteger la retaguardia dándose la vuelta, interpretaron que se iniciaba la retirada y es aquí, como en casi todas las batallas medievales, donde se produjo la masacre. Los soldados musulmanes iniciaron una retirada desordenada mientras eran perseguidos por la caballería cristiana, llegando a capturar al hijo del sultán meriní. En el flaco izquierdo, los portugueses tuvieron más dificultades que los castellanos, pues luchaban contra las tropas granadinas, que además de estar mejor preparadas, luchaban por defender su tierra. Aquí la batalla no se decidió hasta que Alfonso IV, después de varios envites y más o menos a la vez que en el lado derecho, reunió a sus jinetes y logró conectar una carga decisiva que rompió las filas e hizo huir al enemigo, dando así por finalizada la batalla. Los restos de los ejércitos musulmanes huyeron a través de los cerros dirección a Algeciras, aunque otros intentaron salvarse arrojándose al mar, muriendo muchos de ellos ahogados.
CONSECUENCIAS
Alfonso XI había salido victorioso, pero a la primera de cambio ya encontró un pero, pues los asaltantes del campamento meriní, habían desvalijado todo el tesoro, por lo que Alfonso tuvo que ordenar que fuese devuelto varias veces. Aun así no pudo recuperar gran parte de él, ya que muchos soldados huyeron con su botín a Aragón, Navarra o incluso Aviñón, que por aquel entonces era sede papal. Alfonso tuvo que pactar con los reyes anteriores la persecución de estos fugitivos, pero no le sirvió de mucho. También hay que destacar que la victoria cristiana resonó por toda la Europa cristiana, enviando el monarca castellano una embajada al Papa de Aviñón con parte del botín y estandartes capturados, Alfonso IV obtuvo el sobrenombre de “el bravo” y se escribieron varios poemas e himnos conmemorando la victoria. Más a largo plazo, el reino benimerín dejó de resultar una amenaza real para los intereses castellanos, pues, aunque el sultanato siguió siendo un estado fuerte, la derrota causó gran conmoción en el mundo musulmán y los problemas internos empezaron a aflorar, por lo que el sultán y sus sucesores tuvieron que volver la mirada hacia su propio territorio. Aunque 7 años más tarde consiguieron tomar Túnez, las revueltas internas debilitarían al sultanato, que vio como en 1399 castilla saqueaba Tetuán o en 1415 los portugueses tomaban Ceuta, hasta que en 1472, los wattasíes, tomaban el poder y acababan con esta dinastía. Aun con todo esto, la amenaza naval nunca fue eliminada del todo, Tarifa seguiría estando en peligro y cuando el poder meriní empezó a aflojar, las incursiones navales se sustituirían por la piratería berberisca. A castilla ya solo le quedaba el reino nazarí de Granada para culminar la reconquista, pero también se vio afectada por las luchas internas y acontecimientos externos como la Guerra de los Cien Años en la que participó, que provocaron varias guerras civiles, por lo que no fue hasta un siglo después, con los reyes de Aragón y Castilla (pues aún no se les había concedido el título de católicos por el Papa Alejandro VI), que acabarían con la toma de Granada el 2 de enero de 1492.
Siendo ya de por si escasa la divulgación de nuestra propia historia en escuelas y medios, viéndose denostada y rechazada sin mucho (ninguno más bien) sentido en ocasiones, la Batalla del Salado es de esas batallas que es difícil reconocer para un aficionado a la historia, pues si de la reconquista hablamos, entendiendo como tal desde la invasión omeya hasta la toma de granada, son otras batallas las que se han llevado gran parte de la poca atención que se les muestra, no siendo por eso menos importante, pues aquí se frenó un potente avance musulmán como pudo ocurrir en Poitiers, 600 años atrás, o en batalla de las Navas de Tolosa.
JOSÉ ANTONIO OLMOS GRACIA.
Policía local de profesión, desarrolla su cometido en la categoría de oficial en el municipio de Huesca, contando con más de 16 años de servicio y varias distinciones. A pesar de que su afán por la historia le viene desde pequeño, no fue hace mucho cuando se decidió a cursar estudios universitarios de Geografía e Historia en UNED y comenzar en el mundo de la divulgación a través de las redes sociales. Actualmente administra el blog elultimoromano.com así como páginas en Instagram y Facebook con el mismo nombre. Además, colabora con revistas, páginas, asociaciones, blogs relacionados con la divulgación histórica y es miembro de Divulgadores de la Historia.
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Bibliografía:
El desarrollo de la batalla del Salado (1340). Wenceslao Segura González
Segura González, Wenceslao (2005). «La batalla del Salado (año 1340)». Al Qantir: Monografías y documentos sobre la Historia de Tarifa (3): 1-32. ISSN 2171-5858. https://historia.nationalgeographic.com.es/a/batalla-salado-y-conquista-estrecho
ATLAS HISTÓRICO DE LA EDAD MEDIA (Ana Echevarría Arzuaga y José Manuel Rodríguez García. Editorial ACENTO, Madrid, 2019)
HISTORIA MEDIEVAL II. SIGLOS XIII A XV (Ana Echevarría Arzuaga, Julián Donado Vara y Carlos Barquero Goñi. Editorial ACENTO, Madrid, 2021)
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