EL ISLAM EN LA PENÍNSULA IBÉRICA. DE LA CONQUISTA OMEYA A LOS ALMOHADES.



LA CONQUISTA MUSULMANA Y EL CALIFATO DE CÓRDOBA




El Califato de Córdoba fue un importante estado islámico que existió en la península ibérica durante la Alta Edad Media. Su historia es fascinante y compleja, marcada por momentos de esplendor cultural y poder político, así como por tensiones internas y conflictos.

La historia musulmana en la península comienza en el año 711, cuando las fuerzas islámicas lideradas por Tariq ibn Ziyad invadieron la Península Ibérica desde el norte de África, derrotando al último rey visigodo, Rodrigo, en la Batalla de Guadalete. Este evento marcó el inicio de la presencia musulmana en la península ibérica.





Durante los primeros años, los territorios peninsulares pertenecían al Califato de Damasco de la dinastía Omeya. Sin embargo, en el 750, otra familia, los abásidas, se hacen con el poder tras una revuelta en Damasco y asesinan a casi toda la familia omeya. Uno de los pocos que escapó fue Abd al-Rahman, que huyó a la península y gracias a las influencias de su madre, se proclamó emir de Al-Andalus en Córdoba y estableció un gobierno políticamente independiente de la autoridad central islámica en Bagdad, nueva capital del Califato, ya que en el plano religioso el Califa de Damasco seguía siendo el referente para todo el mundo musulmán. Este fue el comienzo del Emirato de Córdoba.

Durante su apogeo, el Emirato se expandió y controló gran parte de la península ibérica. Córdoba se convirtió en un importante centro de poder y cultura, y se construyó la famosa Mezquita de Córdoba, que se erigió en uno de los logros arquitectónicos más impresionantes de la época.

A pesar de su expansión y éxito inicial, el Emirato comenzó a debilitarse a medida que avanzaba el siglo X. Las tensiones internas, la lucha por el poder y los conflictos políticos debilitaron la autoridad central. En 929, el emir Abd al-Rahman III se proclamó califa, lo que suponía que también dejaban de depender de Bagdad en cuanto a autoridad religiosa. Aunque esto parecía un signo de fortaleza, también contribuyó a la fragmentación del territorio. A pesar de tener grandes momentos de dominio, como la época del Almanzor (967-1002) canciller del califato, en el que las incursiones en los reinos cristianos fueron constantes.
En el 1009 se produjo una guerra civil y a medida que el poder central se debilitaba, las cosas (provincias) se volvían cada vez más fuertes, consiguiendo la independencia varias de ellas y comenzando a luchar entre sí por el control de territorios. Esta fragmentación debilitó aún más al Califato y allanó el camino para la invasión de los reinos cristianos del norte.




A medida que las recién independizadas taifas (coras) y el califato luchaban entre sí debilitándose, los reinos cristianos del norte de la península ibérica, aprovecharon la situación para expandir su territorio hacia el sur mientras en el califato se sucedían los califas rápidamente, llegando a haber 10 en 20 años. Córdoba llegó a ser saqueada y se tuvo que trasladar la capital a Málaga.

En 1031, el Califato de Córdoba llegó a su fin con la muerte de Hisham III, su último califa. La cora de Córdoba se proclamó taifa y el resto de coras que aún no se habían independizado hicieron lo mismo. A partir de este punto, la península ibérica se dividió en una serie de reinos y territorios independientes, conocidos como "taifas". Esto marcó el colapso del califato y el inicio de una etapa de desunión y fragmentación en Al-Andalus conocida como las primeras taifas.

El Califato de Córdoba dejó un legado cultural y científico duradero. Durante su apogeo, Córdoba se convirtió en un importante centro de aprendizaje y cultura. La Mezquita de Córdoba se convirtió en un símbolo de la arquitectura islámica, y la ciudad albergó destacados pensadores, científicos y artistas.





Los estudiosos en el Califato de Córdoba contribuyeron significativamente al avance del conocimiento en campos como las matemáticas, la medicina, la astronomía y la filosofía. La traducción de textos clásicos griegos y romanos al árabe ayudó a preservar y transmitir valiosos conocimientos a Europa occidental.



LOS PRIMEROS REINOS DE TAIFAS.


Los primeros reinos de taifas son un período de la historia de Al-Ándalus que se desarrolló en el siglo XI después de la caída del Califato de Córdoba en 1031.
Durante este tiempo, la península ibérica se dividió en numerosos reinos independientes o taifas, cada uno gobernado por un gobernante musulmán. Estos reinos de taifas fueron una consecuencia de la fragmentación del poder en Al-Ándalus y llevaron a un período de inestabilidad política y conflicto constante.
A principios del siglo XI, el Califato de Córdoba, que había sido una de las potencias más influyentes en Europa durante el período islámico, se desmoronó debido a luchas internas y conflictos sucesorios. 

Esto llevó a la fragmentación de Al-Ándalus en pequeños reinos independientes en el ue varios líderes regionales proclamaron su independencia y establecieron sus propios reinos de taifas en ciudades importantes como Sevilla, Valencia, Zaragoza y Toledo. Cada taifa tenía su propio gobierno y ejército por lo que a menudo estaban inmersos en luchas territoriales y enfrentamientos constantes entre ellos. La rivalidad y la competencia por el poder eran comunes, lo que debilitaba aún más la estabilidad en la región.

A pesar de la inestabilidad política, el período de las taifas vio un florecimiento de la cultura islámica en áreas como la poesía, la filosofía y la arquitectura y los gobernantes de algunas taifas eran conocidos por su mecenazgo cultural.




Mientras tanto, los reinos cristianos del norte de la Península Ibérica, como el Reino de León o el Reino de Castilla, aprovecharon la debilidad de las taifas para expandir sus territorios hacia el sur. Esto condujo a conflictos fronterizos y a la Reconquista, un proceso de recuperación de tierras cristianas, además de que otras taifas se hacían vasallas de los reyes cristianos para evitar su anexión o recibir su ayuda contra otras vecinas.

En respuesta a la creciente amenaza de los reinos cristianos, algunas taifas buscaron la ayuda de los almorávides, una dinastía musulmana del norte de África. Los almorávides invadieron Al-Ándalus y unificaron brevemente los reinos de taifas bajo su gobierno. Más tarde, serían reemplazados por los almohades.
A medida que los almohades consolidaron su poder en Al-Ándalus, pusieron fin al período de las taifas alrededor de 1170. Esto marcó el final de la autonomía de los reinos de taifas y la instauración de un gobierno más centralizado.

A pesar de su corta duración, el período de las taifas dejó un legado cultural importante en Al-Ándalus. La convivencia de diferentes culturas y la promoción de la erudición islámica influyeron en la historia y la identidad de la península ibérica.



LOS ALMORÁVIDES.


Los almorávides se originaron entre las tribus nómadas bereberes del desierto del Sáhara, en lo que hoy es Mauritania y Marruecos. Su fundador, Abd Allah ibn Yasin, era un reformador religioso que predicaba una forma puritana del islam conocida como el malikismo. Abd Allah ibn Yasin abogaba por el estricto cumplimiento de la ley islámica y la eliminación de las prácticas religiosas consideradas herejías. Su mensaje ganó seguidores entre las tribus nómadas del desierto, y eventualmente formaron una fuerza militar unificada bajo la bandera almorávide.

Bajo el liderazgo de Abd Allah ibn Yasin, los almorávides se unificaron en torno a un objetivo común: la propagación y defensa del islam ortodoxo. Se convirtieron en una fuerza militar formidable y, en 1056, llevaron a cabo una exitosa campaña en la región de Marrakech, que se convirtió en su capital. La expansión continuó rápidamente, y en poco tiempo controlaron una gran parte del norte de África.





Uno de sus logros más destacados fue la conquista de Al-Ándalus, la región de la Península Ibérica bajo control musulmán en ese momento. En 1086, los almorávides fueron llamados por los gobernantes musulmanes de Al-Ándalus para ayudar en la lucha contra los reinos cristianos del norte, que estaban avanzando rápidamente hacia el sur. Estos respondieron al llamado y derrotaron a las fuerzas cristianas en la batalla de Sagrajas. Su intervención prolongó la presencia musulmana en Al-Ándalus ahora bajo su dominio, pero a medida que pasaba el tiempo, surgieron tensiones y conflictos en la región.

A pesar de su éxito inicial, enfrentaron desafíos tanto internos como externos. En Al-Ándalus, la población musulmana se dividió en facciones que apoyaban a los almorávides y otras que los veían como invasores extranjeros. Las luchas internas y la presión constante de los reinos cristianos del norte debilitaron gradualmente el control almorávide sobre Al-Ándalus.

Además de los problemas en Al-Ándalus, también enfrentaron desafíos en su propio imperio. La sucesión almorávide fue un problema recurrente, con luchas por el poder entre diferentes facciones de la dinastía. Estas luchas debilitaron aún más la cohesión del imperio y contribuyeron a su declive.

La dinastía rival de los Almohades, liderada por Ibn Tumart, surgió como una fuerza opositora a los almorávides. Los Almohades eran también una dinastía bereber y compartían una visión religiosa puritana similar a la de los almorávides. En 1147, los almohades derrotaron a los Almorávides en la Batalla de Oued al-Makhazin, marcando el fin del imperio almorávide.

A pesar de su caída, dejaron un legado significativo en la historia del Magreb y Al-Ándalus. Su breve pero intensa existencia influyó en la evolución del islam en la región y en la forma en que se abordaron las cuestiones religiosas y políticas. También dejaron huellas arquitectónicas notables en Marrakech y otras ciudades que habían sido sus capitales.




LOS ALMOHADES.


Los almohades, también conocidos como Al-Muwahhidun en árabe, fueron una dinastía islámica que desempeñó un papel fundamental en la historia del norte de África y la Península Ibérica durante los siglos XII y XIII. Su ascenso al poder y su influencia en la región dejaron una huella indeleble en la historia política y religiosa del mundo islámico.

Los almohades surgieron a principios del siglo XII en el Magreb, la región noroeste de África, específicamente en lo que hoy es Marruecos. Su fundador, Ibn Tumart, era un erudito islámico que predicaba una forma puritana del islam conocida como el muwahhidismo, que enfatizaba la unidad de Dios y rechazaba las prácticas consideradas como heréticas o impías. Las enseñanzas de Ibn Tumart atrajeron a seguidores devotos y establecieron las bases para la creación de una nueva dinastía.

Sin embargo, fue con el líder carismático Abd al-Mu'min donde los Almohades se convirtieron en una fuerza poderosa en el Magreb. Abd al-Mu'min logró unificar a las tribus beréberes y derrotar a los Almorávides, la dinastía rival y que por entonces dominaba el norte de África y Al-Andalus en la Batalla de al-Buhayra en 1147. Este triunfo marcó el inicio del dominio almohade en el norte de África y la posterior expansión hacia la Península Ibérica.

La expansión hacia la Península se llevó a cabo con el objetivo de imponer la ortodoxia religiosa según las creencias muwahhidas, ya que creían que el inicial ortodoxismo almorávide se había perdido y extender su influencia en esta región.
Los almohades conquistaron Sevilla en 1171, seguida de otras ciudades importantes como Córdoba y Valencia. Su dominio en la Península Ibérica fue una época de consolidación de poder y de promoción de la unidad religiosa.









Uno de los gobernantes más destacados de los Almohades en la Península Ibérica fue Yusuf I. Durante su gobierno, se construyó la famosa Giralda de Sevilla, que hoy en día es un emblemático minarete de la Catedral de Sevilla. Además, se llevaron a cabo reformas urbanísticas y se promovió la cultura y la educación.
Sin embargo, la presencia almohade en la Península Ibérica no estuvo exenta de conflictos. Los cristianos del norte de España, liderados por los reinos de Castilla, Aragón y León, resistieron la expansión almohade en la Batalla de Las Navas de Tolosa en 1212, que fue un punto de inflexión crucial en la que las fuerzas cristianas infligieron una derrota significativa a los almohades, debilitando su control sobre la Península Ibérica.

Después de la derrota en Las Navas de Tolosa, el Imperio almohade comenzó a debilitarse. Hubo divisiones internas y conflictos sucesorios que socavaron aún más su estabilidad. La presión constante de los reinos cristianos del norte y las incursiones de las tribus nómadas bereberes en África contribuyeron al colapso del Imperio en Al-Andalus.

Finalmente, en 1269, la última dinastía almohade fue expulsada de la Península Ibérica cuando el Reino de Granada se independizó de su control. A pesar de su caída en la Península, los almohades continuaron gobernando en el Magreb durante un tiempo antes de ser reemplazados por otras dinastías islámicas.
El legado de los Almohades perdura en la historia del norte de África y la Península Ibérica. Su breve pero influyente reinado dejó huellas en la arquitectura, la cultura y la religión de la región. La construcción de la Giralda de Sevilla, el estilo arquitectónico almohade caracterizado por la utilización del ladrillo y la influencia en la filosofía y la teología islámica son ejemplos de su impacto duradero.




JOSÉ ANTONIO OLMOS GRACIA.


Policía local de profesión, desarrolla su cometido en la categoría de oficial en el municipio de Huesca, contando con casi 15 años de servicio y varias distinciones. A pesar de que su afán por la historia le viene desde pequeño, no fue hace mucho cuando se decidió a cursar estudios universitarios de Geografía e Historia en UNED y comenzar en el mundo de la divulgación a través de las redes sociales. Actualmente administra el blog elultimoromano.com así como páginas en Instagram y Facebook con el mismo nombre. Además, colabora con revistas, páginas, asociaciones, blogs relacionados con la divulgación histórica y es miembro de Divulgadores de la Historia.






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Bibliografía:


- Historia medieval. Ana Echevarría Arsuaga. Julián Donado Vara. EU Ramón Areces.

-Atlas histórico de la Edad Media. Ana Echevarría y José M. Rodríguez. EU Ramón Areces.

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