EL MUNDO FUNERARIO EGIPCIO.






A pesar de que hay diferencias entre los diferentes periodos de la historia del Egipto antiguo, ya que esta duró mas de 2 milenios, hay una serie de circunstancias y creencias comunes.

Lo primero, será diferenciar, como en casi todas las culturas, los enterramientos de reyes y faraones, los de clases acomodadas y los de pueblo llano, cada unos con sus medios físicos y legales. 

La concepción ante la muerte de la sociedad egipcia era de resignación, pues sabían que nada se podía hacer contra ella y que únicamente la purificación les aseguraría el paso al más allá. Una vez muertos, antes del paso a ultratumba, pasarían un juicio ante los jueces de los muertos que determinarían quien podía llegar a convertirse en maa kheru (justo de voz) y vivir con ellos como los dioses. Para ello, debían evitar realizar malas acciones y como sabían que eso era una tarea muy difícil, intentaban buscar la purificación llevando fragmentos del libro de los muertos (una serie de sortilegios mágicos destinados a ayudar a superar el juicio de Osiris).

Además de esta purificación, también era esencial la preparación de la tumba, ya que iba a ser la morada eterna del difunto. Aquí es donde se aprecian más diferencias entre épocas y clases. Las grandes pirámides se construyeron para los reyes del Imperio antiguo, que fueron evolucionando hacia grandes hipogeos para evitar los saqueos, como en el Valle de los Reyes. 

En el resto de clases, aunque las tumbas solían ser pozos, pueden diferenciarse por el uso de ricos ajuares y sarcófagos o por una momificación más elaborada.





LA MOMIFICACIÓN

Este era uno de los aspectos más importantes de ritual funerario, pues se creía que no se podía acceder al otro mundo sin la conservación del cuerpo físico. Esta irá evolucionando hasta alcanzar su cota máxima de perfección en el Imperio Nuevo. La creencia consistía en que, una vez fallecido, la parte inmaterial y la energía vital, el ba y el ka respectivamente, se separaban del cuerpo, teniendo que reintegrarse posteriormente para alcanzar la vida eterna, por lo que la conservación del mismo era algo imprescindible.

Como ya hemos visto antes, había varios tipos de embalsamamiento, ya que las clases más pudientes, podían costearse una momificación con vendas y aceites, mientras que las pobres, tenían que conformarse con algo más simple y enterrar a su difunto en el desierto para que sea el propio clima quien ayude a la conservación.

Según Heródoto, las momificaciones se realizaban el la Casa de la Muerte y podía durar hasta 70 días. Primero se lavaba el cuerpo, se extraían las vísceras, entre ellas el cerebro, que para los egipcios no tenía ninguna importancia, y las que sí importaban (estómago, hígado, intestinos y pulmones) se guardaban en 4 tarros, uno con forma de cabeza humana y 3 con cabeza animal (duamutef, cabeza de chacal para el estómago; amset, cabeza humana para el hígado; kebehsenuf, cabeza de halcón para los intestinos; y hapi cabeza de babuino para los pulmones). Además, estos vasos contenían la figura de una divinidad como Neith, Isis, Selkis y Neftis, así como la consagración a un punto cardinal cada uno.

El corazón, no era extraído del cuerpo, ya que se pensaba que en él moraban los sentimientos y conocimientos del fallecido, algo necesario para acceder al otro mundo, ya que, además, en el juicio de Osiris, Anubis debía pesar el corazón del difunto para determinar si accedía o no. Esta ceremonia consistía en poner el corazón en una balanza y una pluma en la otra; si el corazón era más ligero, el fallecido se ganaba el acceso al más allá y, en caso contrario, el corazón se lanzaba a Ammit, un monstruo devorador de muertos, negándole así para siempre la entrada.

Volviendo a la momificación, una vez eviscerado el cadáver, las cavidades se lavaban con vino de palma  y se rellenaban con esencias aromatizantes y hierbas para evitar los malos olores, siendo posteriormente cosidas. Posteriormente, se esperaba 40 días para que el cuerpo se deshidratara sumergiéndolo en natrón. Cuando ya había transcurrido este periodo, se lavaba de nuevo y se envolvía en telas aromatizadas, entre las que se podían poner los fragmentos del Libro de los Muertos o escribir fórmulas mágicas, durando hasta 15 días completar el vendaje completo del cuerpo. Finalmente, se depositaba en un ataúd con un ajuar de amuletos. Como este proceso era bastante caro, para abaratarlo se recurría a sustituir las hierbas aromáticas por el aceite de cedro, o los sucesivos lavados de las cavidades hasta su deshidratación. 




LOS RITUALES FUNERARIOS.

Una vez listo el cadáver, comenzaban los ritos funerarios. El primero consistía en la apertura de la boca, una reanimación simbólica realizada por un sacerdote que pronunciaba un hechizo mientras tocaba la momia o el sarcófago con una hoja de piedra o cobre, lo que le permitiría hablar y respirar en el más allá. Posteriormente, se "reanimaban" otras partes del cuerpos con sus respectivos hechizos y, una vez finalizados, se trasladaba en cortejo hasta la tumba.

El cortejo se componía de plañideras y familiares lanzando lamentos y plegarias, mientras trasladaban el ajuar funerario, ropas y comida que servirían al difunto en el más allá. Este se dirigía hacia el río Nilo, el cual cruzaban en barcas al igual que el sarcófago, que iba en una más grande y decorada. Una vez en la orilla, se desembarcaba primero el sarcófago, trasladándolo hasta la tumba, depositándolo junto al ajuar, consistente en amuletos, objetos personales o shabtis, pequeñas figuras antropomorfas de terracota que servirían de sirvientes en el otro mundo y sellándola finalmente. El último acto consistía en una cena funeraria en las proximidades de la tumba.

En el caso de los reyes y faraones, este rito se alargaba un poco más debido a la pompa que se creaba en el traslado y la realización de más ritos y plegarias y el gran ajuar que se depositaba en la tumba. Después de todo se sellaba para que nadie pudiese profanarla. 

Y por último, como ya hemos visto, los más desfavorecidos, tenían que conformarse con entierros mucho más modestos, con una momificación mínima o incluso sin ella, un pequeño hoyo y una estera para envolver al difunto, además de un ajuar reducido a algún amuleto u objeto de poco valor.




LA RELACIÓN CON LOS MUERTOS.

El deseo de los egipcios era no ser molestados una vez fallecidos, por lo que la relación no sería tan amigable como en otras culturas. Los vivos, veían al muerto como un ser receloso y capaz de aparecerse para vengarse, ya que los saqueadores de tumbas podían arrebatar objetos necesarios para su descanso en el más allá, pudiendo dirigir su ira también hacia los guardianes de la necrópolis o de los parientes que no hayan cumplido su voluntad. También había venganzas sin motivo, creyéndose que los difuntos malignos eran capaces de burlar la vigilancia y protección de los dioses y atacar a los vivos, como por ejemplo, con enfermedades. 

Todo esto hacia que los vivos cuidasen las tumbas y les ofreciesen ofrendas regularmente, no solo por amor a sus seres queridos, si no también por el miedo que les procesaban. Aun así, como es normal, con el paso de los años el cuidado de las tumbas decaía hasta su completo olvido.












Policía local de profesión, desarrolla su cometido en la categoría de oficial en el municipio de Huesca, contando con casi 15 años de servicio y varias distinciones. A pesar de que su afán por la historia le viene desde pequeño, no fue hace mucho cuando se decidió a cursar estudios universitarios de Geografía e Historia en UNED y comenzar en el mundo de la divulgación a través de las redes sociales. Actualmente administra el blog elultimoromano.com así como páginas en Instagram y Facebook con el mismo nombre. Además, colabora con revistas, páginas, asociaciones, blogs relacionados con la divulgación histórica y es miembro de Divulgadores de la Historia.



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Bibliografía:

Historia Antigua del Proximo Oriente y Egipto. Jasvier Cabrero Piquero y Federico Lara Peinado. Uned 2021.

LE LIVRE DES MORTS Traducción de: M.» LUZ GONZÁLEZ © 1963, EDITIONS ALBÍN MICHEL. © Para la lengua española, Editorial EDAE, S. A. Jorge Juan, 30. Madrid, 1982, por acuerdo con EDITIONS ALBÍN MICHEL, París (Francia)

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