FEDERICO II DE HOHENSTAUFEN

 



 

Por sus ideas y forma de actuar, Federico II, fue uno de los personajes más destacados de la época, considerado un hombre moderno con mentalidad abierta, escéptico y tolerante, muy avanzada para su tiempo, y un personaje culto que hablaba y escribía en varias lenguas.

A la muerte del emperador del Sacro Imperio Enrique VI Hohenstaufen, su viuda Constanza logró que su hijo menor, Federico, fuese nombrado rey de Sicilia, a la vez que quedaba en el aire su candidatura a emperador. De su regencia se encargó el por entonces papa Inocencio III, que aprovechando la situación se anexionó el ducado de Espoleto y la marca de Ancona. En Alemania, los príncipes decidieron elegir sus propios candidatos, siendo Felipe de Suabia apoyado por el bando de los güelfos, y Otón de Brunswick por los gibelinos. Éste último contaba  además con el apoyo de Inocencio y del rey inglés, por lo que a la muerte de Felipe, consiguió ser nombrado emperador en Roma. Sin embargo, unas desavenencias con Inocencio, le valieron la excomunión del papa, que comenzó a barajar la opción de Federico para la corona imperial, a cambio de la renuncia de unir Sicilia al Imperio, siendo coronado Rey de Romanos en 1212. Dos años más tarde, Otón fue vencido junto con sus aliados ingleses en la batalla de Bouvines por Felipe Augusto de Francia, lo que reforzó la posición de Federico, que se vio en la tesitura de apoyarse en el poder de Sicilia y abandonar Alemania a sus nobles, o por el contrario abandonar el reino de Sicilia. Decidió apoyarse en Sicilia y aspirar a un imperio mediterráneo con aires universalistas, en las que su poder debía de estar encima incluso del papa. En 1220, obtuvo la corona imperial de manos del papa Honorio III.




A través de Sicilia, creó un reino moderno con una monarquía fuerte, y una administración y fiscalidad eficiente copiada del mundo musulmán, apoyándose en la recién fundada universidad de Nápoles que él mismo impulsó. En 1231, apoyándose en el derecho romano, promulgó el Líber Augustalis o código de Melfi, una compilación de leyes que fortalecía el poder regio frente a eclesiásticos y nobles.

Respecto a su política en las cruzadas, en 1215 Inocencio III reunió el IV Concilio Ecuménico de Letrán, con la presencia de Federico II, donde se convocó una cruzada para el 1217, en la que tomaría parte el joven rey de Sicilia, pero la muerte de Inocencio III en 1216 paralizó el proyecto. Ante los ruegos del nuevo papa, Honorio III (1216-1227), para que partiera a la cruzada, Federico II fue dilatando su salida durante 10 años, mientras que lograba que la Dieta de Fráncfort (1220) eligiera a su hijo Enrique como rey de Alemania. Ante las protestas del papa y las amenazas de excomunión, el emperador se comprometió a partir a la cruzada en 1221, pero tras obtener la coronación imperial, volvió a retrasar la cruzada. Por el tratado de San Germano (1225) Federico juró partir definitivamente a la cruzada, en 1227, bajo pena de excomunión y la pérdida del reino de Sicilia y  a cambio de que el Papa instara a las ciudades lombardas a que reconocieran la supremacía imperial.



                                                                      Federico II negociando con Al-Kamil.

En 1227, con la llegada del papa Gregorio IX le recordó al emperador su voto de cruzado y su compromiso, ya que aún no había emprendido la cruzada. Ante una nueva petición de aplazamiento por enfermedad, el Papa lo excomulgo y 6 meses más tarde volvió a renovar la excomunión. Federico II partió finalmente a la VI cruzada en 1228, consiguiendo con un tratado, que el sultán aceptara una tregua de 10 años y la devolución de Jerusalén en manos musulmanas desde tiempos de Saladino (1187). Tras su ingreso pacífico fue coronado como rey de Jerusalén, y al expirar la tregua en 1239, Jerusalén volvió otra vez a manos de los sultanes ayyubíes. A pesar de recuperar la ciudad santa, el papa no quedó conforme. A esto se le unió un levantamiento de los güelfos en Alemania, que intentaron coronar a Otón IV y del propio papado, que volvió a anexionar el ducado de Espoleto, teniendo que ser vencido y restableciendo el orden en la Paz de Ceprano. En 1237, Gregorio fue expulsado de Roma por una revuelta, y Federico tubo que auxiliarlo con sus tropas para poner fin a los rebeldes y restaurar al papa, obteniendo así la excomunión de su hijo Enrique que también se había rebelado contra su padre. Después de esto, se dirigió al norte de Italia, donde venció a las ciudades sublevadas en Cortenuova, anulando la autonomía de estas y nombramiento a su hijo Enzo como rey de Cerdeña a pesar de la oposición papal, obteniendo a cambio una nueva excomunión. Las ideas universales de un poder laico superior no casaban con los ideales de un imperio religioso del papa,  que además en aquella época no era compartido por casi nadie, aunque más tarde, sería el germen de los nuevos estados nacionales de finales de la Edad Media. En 1241 Gregorio intentó destituir a Federico mediante un concilio ecuménico, pero el emperador sitió Roma y detuvo a centenares de obispos, hasta que ese mismo año, con la muerte del papa Federico levantó el sitio y liberó a los obispos, en señal de que su enfrentamiento era con Gregorio y no con la iglesia, siéndole revocada la excomunión por el nuevo papa Inocencio IV a cambio de los territorios ocupados. Sin embargo, Inocencio se traslado a Lyon, donde volvió a excomulgar a Federico y lo depuso, aunque esto último no fue compartido por los monarcas occidentales. Esto provocó nuevos levantamientos: En Alemania volvió la guerra entre güelfos y gibelinos y en Italia las ciudades del norte volvieron a levantarse, venciendo a las tropas imperiales en 1248 y apresando al rey Enzo, que moriría en prisión.

Con la muerte de Federico en 1250, el Papado salía victorioso, pero ya que Imperio y Papado habían crecido uno junto al otro, la ruina de uno acarrearía la del otro. Mientras ambos combatían, fue naciendo un mundo distinto, el de las nacionalidades, al que ambos fueron ajenos.

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