LOS ÁVAROS.
Durante los convulsos siglos que siguieron a la caída del Imperio romano de Occidente, las estepas euroasiáticas siguieron siendo la cuna de poderosas confederaciones nómadas que emergían, conquistaban y desaparecían con la misma rapidez con que galopaban sus caballos. Entre ellas, pocas resultan tan enigmáticas y fascinantes como la de los ávaros, un pueblo que, durante casi dos siglos, llegó a dominar el corazón de Europa y a poner en jaque al Imperio bizantino.
Los orígenes de los ávaros son inciertos y objeto de debate historiográfico. La mayoría de los estudiosos los sitúan en Asia Central, probablemente descendientes o herederos de pueblos túrquicos y hunos. Las fuentes bizantinas los describen como un grupo de jinetes nómadas que, hacia mediados del siglo VI, emprendieron un largo desplazamiento hacia el oeste, empujados por la presión de otros pueblos de las estepas.
En el año 567, los ávaros cruzaron el Danubio y derrotaron a los gépidos, estableciendo su dominio sobre la cuenca panónica, en el territorio que hoy abarca Hungría, Austria y parte de los Balcanes. Desde allí crearon un kanato o imperio nómada bajo el mando de un líder absoluto, el kagan, que gobernaba sobre una compleja red de tribus vasallas. Entre ellas se contaban eslavos, búlgaros y restos de grupos hunos, que debían aportar tributo, hombres y armas.
Durante las décadas siguientes, los ávaros se convirtieron en una de las fuerzas militares más temidas de Europa. Su caballería ligera, compuesta por arqueros montados de extraordinaria destreza, era capaz de derrotar a ejércitos regulares mediante emboscadas y rápidas maniobras envolventes. Bizancio, consciente de su peligro, prefirió pagarles cuantiosos tributos antes que enfrentarse directamente a ellos. Bajo los emperadores Justino II y Mauricio, los ávaros recibieron anualmente oro a cambio de mantener la paz, un tributo que simbolizaba el delicado equilibrio entre el Imperio y las potencias de la estepa.
El momento culminante de su expansión llegó en el año 626, cuando los ávaros sitiaron Constantinopla en alianza con el Imperio sasánida. Aquel ataque coordinado fue uno de los mayores peligros a los que se enfrentó la capital bizantina en toda su historia. Sin embargo, la ciudad resistió. Las murallas teodosianas, el genio defensivo de los bizantinos y la intervención de la flota imperial impidieron la caída de la capital. El fracaso del asedio marcó el inicio del declive del poder ávaro, aunque su influencia continuó siendo considerable durante más de un siglo.
Su estructura política era típicamente nómada, pero sorprendentemente estable. El kanato ávaro mantuvo una jerarquía centralizada, con un kagan al frente y una aristocracia militar que controlaba el territorio mediante alianzas, tributos y matrimonios estratégicos. La sociedad se articulaba en torno al botín y la guerra, pero también desarrolló un sistema de asentamientos semi-permanentes que dejaron huella arqueológica en el Danubio medio. Se sabe que adoptaron elementos culturales de los pueblos que dominaban, especialmente de los eslavos, que poco a poco fueron aumentando su presencia y su autonomía dentro del territorio ávaro.
A finales del siglo VIII, el panorama político de Europa central cambió radicalmente. Mientras los ávaros se debilitaban por luchas internas y la presión de nuevos pueblos, el Imperio carolingio de Carlomagno emergía como una potencia en expansión. Entre los años 791 y 805, los francos lanzaron una serie de campañas devastadoras contra el kanato. Los cronistas francos narran cómo los ejércitos de Carlomagno y sus aliados destruyeron los anillos fortificados ávaros —los ring— y saquearon su legendario “anillo del kagan”, un vasto complejo donde se almacenaban los tesoros acumulados durante generaciones de saqueos y tributos.
Tras aquellas guerras, el poder ávaro se desmoronó. Los restos de su población fueron absorbidos por los pueblos eslavos y magiares que más tarde poblarían la región. Hacia comienzos del siglo IX, el nombre de los ávaros había desaparecido de las crónicas, y su imperio, antaño temido desde el Adriático hasta el mar Negro, se desvaneció en el silencio de la historia.
Sin embargo, su legado persistió. Los ávaros introdujeron técnicas ecuestres, armamento y formas de organización militar que influirían en los pueblos que los sucedieron. Su contacto con Bizancio contribuyó a la difusión de elementos culturales y religiosos que, indirectamente, prepararon el terreno para la cristianización de Europa oriental. Aun así, su historia sigue envuelta en sombras, fragmentada entre fuentes hostiles y restos arqueológicos dispersos.
Los ávaros representan, en definitiva, la otra cara de la Alta Edad Media: la de los imperios nómadas que moldearon el destino de Europa desde las estepas. Su recuerdo, hoy casi borrado, nos habla de un tiempo en que el poder no se medía en murallas ni ciudades, sino en la velocidad de los caballos y la fuerza de la lealtad tribal.
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Policía local de profesión, desarrolla su cometido en la categoría de oficial en el municipio de Utebo, contando con 17 de servicio y varias distinciones. A pesar de que su afán por la historia le viene desde pequeño, no fue hace mucho cuando se decidió a cursar estudios universitarios de Geografía e Historia en UNED y comenzar en el mundo de la divulgación a través de las redes sociales. Actualmente administra el blog elultimoromano.com así como páginas en Instagram y Facebook con el mismo nombre. Además, colabora con revistas, páginas, asociaciones, blogs, podcast y es miembro de Divulgadores de la Historia.
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Bibliografía:
Historia Medieval. Ana Echevarría Arsuaga y Esteban Donado Vara. Ed. Universitaria Ramón Areces.
Walter Pohl, The Avars: A Steppe Empire in Central Europe, 567–822, Cornell University Press
Florin Curta, Southeastern Europe in the Middle Ages, 500–1250, Cambridge University Press
Peter Heather, Empires and Barbarians: The Fall of Rome and the Birth of Europe, Oxford University Press
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